domingo, 23 de agosto de 2009

Elección de las lecturas

I

Nada es más importante que la elección de las primeras lecturas. Todo el carácter del niño, y por consecuencia del hombre, depende de ellas.

El libro es un amigo que no habla pero que se hace oír; él nos acompaña incesantemente sin ser molesto; no hace preguntas importunas, ni es interesado porque nada pide; el libro es, sin duda, lo mejor o lo peor para la vida moral, según sea, bueno o malo.

Por lo tanto, importa mucho que el niño, desde los primeros años, tenga a la mano buenos autores. La elección de un amigo no es seguramente de más importancia.

Leer con aprovechamiento es tan importante para la higiene moral como beber y comer con mesura para la higiene física. La inteligencia se pervierte tan pronto como se estraga el estómago. En los primeros años el gusto no resiste a ningún exceso.

Si no has leído más que buenos libros, respondo de la salud de tu espíritu; sí, por el contrario, has nutrido tu inteligencia con las lecturas de malos libros, eres hombre perdido. Has tenido una nodriza equivocada, has bebido mala leche y tu sangre está envenenada.

El axioma: “Dime con quien andas y te diré quien eres”, podrá completarse por este otro: “Dime que has leído y te diré lo que serás”. 

II 

Hay sobre esta cuestión "lecturas que convienen a la infancia y a la juventud", dos sistemas pueden seguirse. Uno de estos sistemas no teme nada. Algunos creen que se debe dejar al niño todo lo que se le antoje, como se le debe dejar hacer todo lo que quiere para que se crie robusto. El otro sistema lo teme todo. Lleva al niño por la mano, con los ojos bajos y casi vendados hasta el umbral de la virilidad. Bajo el pretexto de que conserve su inocencia, le entrega ignorante a todos los azares de la vida. Debemos pensar muy seriamente sobre ambos sistemas. Es necesario que la juventud comprenda que por el interés no solo de su salud, sino de sus verdaderos placeres, no es bueno precipitar ni exagerar la vida, que cada cosa ha de llegar a su tiempo, y que no debe imponerse a la juventud el regimen que se impondría a la edad viril, porque de este modo haríamos desaparecer todos sus encantos. Respecto a las lecturas no soy de los que prefieren una libertad absoluta; pero tampoco apruebo el sistema de compresión absoluta, porque todo lo que es extremo es absurdo, y creo que si tuviéramos que escoger entre dos males, diríamos que es mucho mejor dejar a los niños comer cuanto deseen que hacerlos morir de hambre. Educarlos en el sistema de la abstinencia, de la dieta continua, y de la ignorancia de todas las cosas, es lanzarlos en los excesos de que hemos querido preservarlos desde el momento en que se vean en completa libertad de acción. Estos extremos son felizmente más fáciles de evitar que lo que se imagina. Debemos seguir un término medio. Mal que pese a los anarquistas de la educación, es necesrio dar al niño en vez de alcohol, leche pura, y cuando haya dejado su nodriza, alimentos transitorios proporcionados a la inexperiencia del estómago. Mal que pese a los partidarios de los ayunos rigorosos, es necesario dar a los jóvenes de ambos sexos un alimento nutritivo. Hay dos clases de libros de los que debe precaverse a los niños de ambos sexos. Primero: los libros perniciosos que enardecen al cerebro, como los alimentos picantes enardecen el estomago. Segundo: los libros insulsos, que como los alimentos desabridos, llenan el estomago sin alimentarlo. Un libro necio no es jamás inocente. La necedad es contagiosa y no debéis preferir seguramente al maestro que os enseñe a ser necio. En sentido contrario, obran los libros perniciosos. El niño toma la violencia por la fuerza. Dichos libros agradan al principio, mas por sus faltas que por sus cualidades; y como es infinitamente más fácil imitar una falta que apropiarse una buena cualidad, resulta que el niño siempre sigue las faltas. No necesitamos muchos libros, un buen libro es inagotable, es siempre nuevo. Que cada siglo aumente el corto pero inapreciable tesoro de los buenos libros en diez, y será suficiente. No necesitamos contar por miles nuestros amigos íntimos. Cuando en la multitud humana hallamos un número de hombres dignos a quienes podemos considerar como hermanos, como amigos íntimos, debemos dar gracias a Dios y a los hombres. Un buen libro es un amigo íntimo y fiel, y cuando tenemos la suerte de hallar este libro no debemos abandonarlo. 

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Artículo escrito en 1882 por Schmidt y publicado en la "Revista Instituto Nacional" de la Ciudad de Guatemala. En sí, el artículo no revela qué títulos eran los buenos o malos para los niños de aquella época, solo se limita a hacer comparaciones de la buena o mala lectura. Lo resaltado en negrito es mío y, creo que es lo que podría dar pie para una discusión profunda sobre las prácticas de la lectura en Guatemala y cómo las mismas se comenzaron a discutir dentro del ámbito educativo nacional.

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