Nada es más importante que la elección de las primeras lecturas. Todo el carácter del niño, y por consecuencia del hombre, depende de ellas.
El libro es un amigo que no habla pero que se hace oír; él nos acompaña incesantemente sin ser molesto; no hace preguntas importunas, ni es interesado porque nada pide; el libro es, sin duda, lo mejor o lo peor para la vida moral, según sea, bueno o malo.
Por lo tanto, importa mucho que el niño, desde los primeros años, tenga a la mano buenos autores. La elección de un amigo no es seguramente de más importancia.
Leer con aprovechamiento es tan importante para la higiene moral como beber y comer con mesura para la higiene física. La inteligencia se pervierte tan pronto como se estraga el estómago. En los primeros años el gusto no resiste a ningún exceso.
Si no has leído más que buenos libros, respondo de la salud de tu espíritu; sí, por el contrario, has nutrido tu inteligencia con las lecturas de malos libros, eres hombre perdido. Has tenido una nodriza equivocada, has bebido mala leche y tu sangre está envenenada.
El axioma: “Dime con quien andas y te diré quien eres”, podrá completarse por este otro: “Dime que has leído y te diré lo que serás”.
II
Hay sobre esta cuestión "lecturas que convienen a la infancia y a la juventud", dos sistemas pueden seguirse.Uno de estos sistemas no teme nada. Algunos creen que se debe dejar al niño todo lo que se le antoje, como se le debe dejar hacer todo lo que quiere para que se crie robusto.El otro sistema lo teme todo. Lleva al niño por la mano, con los ojos bajos y casi vendados hasta el umbral de la virilidad. Bajo el pretexto de que conserve su inocencia, le entrega ignorante a todos los azares de la vida.Debemos pensar muy seriamente sobre ambos sistemas. Es necesario que la juventud comprenda que por el interés no solo de su salud, sino de sus verdaderos placeres, no es bueno precipitar ni exagerar la vida, que cada cosa ha de llegar a su tiempo, y que no debe imponerse a la juventud el regimen que se impondría a la edad viril, porque de este modo haríamos desaparecer todos sus encantos.Respecto a las lecturas no soy de los que prefieren una libertad absoluta; pero tampoco apruebo el sistema de compresión absoluta, porque todo lo que es extremo es absurdo, y creo que si tuviéramos que escoger entre dos males, diríamos que es mucho mejor dejar a los niños comer cuanto deseen que hacerlos morir de hambre.Educarlos en el sistema de la abstinencia, de la dieta continua, y de la ignorancia de todas las cosas, es lanzarlos en los excesos de que hemos querido preservarlos desde el momento en que se vean en completa libertad de acción.Estos extremos son felizmente más fáciles de evitar que lo que se imagina. Debemos seguir un término medio.Mal que pese a los anarquistas de la educación, es necesrio dar al niño en vez de alcohol, leche pura, y cuando haya dejado su nodriza, alimentos transitorios proporcionados a la inexperiencia del estómago. Mal que pese a los partidarios de los ayunos rigorosos, es necesario dar a los jóvenes de ambos sexos un alimento nutritivo.Hay dos clases de libros de los que debe precaverse a los niños de ambos sexos.Primero: los libros perniciosos que enardecen al cerebro, como los alimentos picantes enardecen el estomago.Segundo: los libros insulsos, que como los alimentos desabridos, llenan el estomago sin alimentarlo.Un libro necio no es jamás inocente. La necedad es contagiosa y no debéis preferir seguramente al maestro que os enseñe a ser necio.En sentido contrario, obran los libros perniciosos. El niño toma la violencia por la fuerza. Dichos libros agradan al principio, mas por sus faltas que por sus cualidades; y como es infinitamente más fácil imitar una falta que apropiarse una buena cualidad, resulta que el niño siempre sigue las faltas.No necesitamos muchos libros, un buen libro es inagotable, es siempre nuevo. Que cada siglo aumente el corto pero inapreciable tesoro de los buenos libros en diez, y será suficiente.No necesitamos contar por miles nuestros amigos íntimos. Cuando en la multitud humana hallamos un número de hombres dignos a quienes podemos considerar como hermanos, como amigos íntimos, debemos dar gracias a Dios y a los hombres. Un buen libro es un amigo íntimo y fiel, y cuando tenemos la suerte de hallar este libro no debemos abandonarlo.
Artículo escrito en 1882 por Schmidt y publicado en la "Revista Instituto Nacional" de la Ciudad de Guatemala.En sí, el artículo no revela qué títulos eran los buenos o malos para los niños de aquella época, solo se limita a hacer comparaciones de la buena o mala lectura. Lo resaltado en negrito es mío y, creo que es lo que podría dar pie para una discusión profunda sobre las prácticas de la lectura en Guatemala y cómo las mismas se comenzaron a discutir dentro del ámbito educativo nacional.
Pensadores ilustres y justamente afamados, no pocos, aunque en forma y aspectos diversos, han afirmado que las dos capitales energías que impulsan son el amor y el odio. Nada más cierto en mi humilde opinión; pero sino pudiera considerarse como paradoja y como atrevimiento de mi parte, añadiría que mayor fuerza es la de la Moda, puesto que con su omnímodo poder y su insaciable y a veces hasta tiránica iniciativa, hace que en unas épocas esté de moda el amor; es decir, el optimismo, y en otras el odio, o lo que es identico, el pesimismo.Me inspira la anterior observación lo que actualmente ocurre en la esfera del arte, bajo todas sus formas y particularmente en la literatura.Sin ahondar en este tema, que se presta a numerosos e intensos comentarios, como fácil es demostrar la influencia de la Moda en la Literatura, y como ésta es la expresión de las ideas y los sentimientos que dominan en cada época y como también ideas y sentimientos evidencian el apogeo o la decadencia del pesimismo y el optimismo, no es caprichoso el concepto que he indicado en el primer párrafo de este somero estudio.El espíritu humano, en constante estado de evolución, varía de fondo cada siglo; pero de forma cada quince o veinte años. hay ciertamente obras literarias que como las célebres gigantescas montañas, marcan los límites del pensamiento humano y la altura a que puede llegar; éstas son muy escasas, apenas puede contarse con una docena a través de los siglos y de la civilización. Pero no es mi propósito recordar estas maravillas que ha creado el genio y la admiración universal ha eternizado. Mi labor es más modesta: se reduce a consignar que la literatura cambia su aspecto, si no con la frecuencia de que trajes los personajes de la comedia de la vida, por lo menos con cada nueva generación de las que van sucediéndose en el mundo.Hagamos caso omiso del romanticismo y del naturalismo que hicieron brillantes campañas, despertaron ideas, desarrollaron sentimientos y crearon usos y costumbres.
Aquellas grandes tendencias han dejado raíces; pero las plantas y las flores que han brotado en los útlimos tiempos se han transformado por completo. ¡Cuántos libros que fueron encanto de nuestros abuelos y hasta de nuestros padres se caen hoy de las manos de los hijos y de los nietos!A los estudios psicológicos que interesaban en las novelas y fascinaban en el teatro, sucedieron los pseudo-científicos; los simbólicos, los arqueológicos; vinieron despu´s los policíacos que todavía tienen público, según suele decirse. Como consultan demás y galanes en los periódicos de Modas los figurines para elegir sus trajes y accesorios, buscaban unas y otros en novelas, comedias, poesías y demás géneros literarios los modelos que mejor les parecían para vestir y exteriorizar sus almas.¿Cuál es la moda literaria actual? Los literarios parisíenses que son, como deben ser, de su tiempo; es decir, que buscan la notoriedad y con ella la utilidad pecuniaria que toda labor merece, imitando a los pintores y a los escultores, han fundado una Asociación a la que llaman "Salón de Otoño", y así como los artistas exhiben sus cuadros, acuarelas, estatuas o dibujos, ellos dan conferencias sobre los progresos o los retrocesos de la literatura, sobre los nuevos derroteros que emprende tanto en Francia como en los demás países y no les falta público que acuda a oír sus opiniones expresadas con elocuencia, con gracejo, con ironía, porque oír hablar bien deleita e interesa.Pues bien, en Francia, como en Italia, como en Alemania, como en Inglaterra, como en España, como en todas partes, la literatura se encuentra en un periodo de indecisión, de crisis; se compran los libros de historia, de ciencia, los que pueden inspirar ideas útiles, negocios lucrativos; pero los de imaginación, los de sentimiento han pasado de moda, apenas se leen, los compradores son escasos y el orador que ha inaugurado recientemente el Salón literario de Otoño en París, consignando una lamentable situación de la literatura contemporánea, juzga que en la actual época pueden tener lectores los literatos que se entregan a la fantasía o los que describen los usos y costumbres que constituyen el modo de ser de la actual dominante generación.El simbolismo, el decadentismo han caído en el olvido y bien podría decirse que en la literatura, como en la política, como en los negocios, como en el trato social, la moda es el oportunismo utilitario.Otro día completaré este estudio, porque acerca de él queda aún bastante por decir.
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Mario Lara. En: Ciudad de Guatemala, Diario de Centro América, 22 de junio de 1914. p. 4.
Sí; pero de seguro no habéis pensado en la gran bondad que derraman esos cuadernitos minúsculos. Son buenos como una hada.
Pero la gracia de estos libros no es sólo para los niños ricos;éstos muchas veces los hacen pedazos y juegan con las marionetas vibrantes. Son misericordiosos para los niños pobres: éstos se envuelven en su magia ya que les está prohibido jugar con el arlequín expuesto en la vitrina.
Y como son tan baratos todos los pueden obtener. En esas páginas pueden penetrar en países donde todos los niños son buenos, donde todos tienen juguetes vistosos.
Ved pues si estos cuadernos pequeños no tienen una honda significación. Son buenos para los que empiezan ya a sentir el peso de una pena, para las espaldas débiles que experimental como un gran fardo la carga de las injusticias que los empuja con presión vigorosa.
Afortunadamente, las hadas son demasiado maternales; ellas vivirán siempre para guiar a los niños por los caminos donde la luna es de oro y de ensueño…
…
Esta noche un niño leía un librito de cuentos.
Tenía hambre pero pasaba ávidamente ante sus ojos las páginas amables.
Las hadas hacen olvidar las mordeduras del estómago; son más cariñosas que los hombres.
Pues bien; leía un cuaderno ¡Debe de haber sido una historia de sabrosa alegría!
Bajo un farol de la avenida se engolfaba en su lectura. Ningún transeúnte pasaba a pie. Apenas algunos autos insolentes roncaban cerca de las aceras.
Yo hubiera querido preguntarle algo. Pero pensé en que me iba a ser imposible aliviarle el hambre. Por eso seguí hacia delante… cuando regresé el niño estaba ya dormido. Sostenía entre sus manos flacuchas el pequeño cuaderno.
Ha de haber soñado que era un héroe audaz, que tenía un palacio de mármol, y que en la mesa, el día de sus bodas con la más linda princesa de la comarca, manos invisibles colocaban sobre los admirables manteles, fuentes maravillosas.
Al pasar cerca abrió los ojos enfermizos; el ruido de mis pasos lo había despertado.
Yo me alejé muy triste.
Lo que acababa de hacer era un horrible crimen.
Así es como hoy cuando paso cerca de un niño pobre, en las noches llenas de frío y de luceros, camino de puntillas por miedo de sacarlo de un palacio de hadas.
En los mejores cuentos escritos poco há para los niños hay un matiz que no es fácil definir, pero que inevitablemente se debe a que el autor habla a niños educados en escuelas y salones, no en campos y bosques; niños cuyas disposiciones favoritas son los remedos precoces de la vanidad de las personas mayores y cuyo concepto de la belleza depende del costo del vestido. Las hadas que en los afortunados sucesos de estos pequeñuelos intervienen, distínguense principalmente por sus chinelas de raso de última moda y asustan más por su donaire que por sus encantos.
La fina sátira que, fluyendo por todas las páginas retozonas, hace algunos de estos cuentos recientes tan atractivos para los viejos como para los jóvenes, me parece que los acomoda a su propia función. Los niños deben reírse; mas no burlarse; y cuando se ríen no ha de ser de los defectos y debilidades de los demás. Siempre que lleguen a interesarse por los caracteres de los seres que los rodean, debe enseñárseles a buscar con afán el bien, no estar maliciosamente en asecho para alegrarse del mal; deben ser harto dolorosamente sensibles al mal para reírse de él y sobrado modestos para constituirse en jueces.
En esos errores de pocaimportancia va incluido otro más grave. Así como en los cuentos modernos para niños se ha perdido la sencillez del sentido de la belleza, así se ha perdido también del amor. Esa palabra, que debiera, en el corazón de un niño, representar la parte más vital y constante de su ser; que debiera ser el signo de las ideas más solemnes que informan su alma naciente, y que debiera inundar, con gran misterio de autora, el cenit de su cielo y arrancar fulgores al rocío de sus pies; esa palabra, que debiera ser sagrada en sus labios unida al nombre que no puede pronunciar en vano, y cuyo significado debería suavizar y verificar todas las emociones por las cuales se revelan a su curiosidad las cosas inferiores y las criaturas débiles, colocadas debajo de él en su exiguo mando; esa palabra, en los modernos cuentos para niños, está restringida demasiado a menudo y es obscuridad en el jeroglífico de un mal misterio, que turba la suave paz de la juventud con prematuros destellos de pasión no comprendida y produce sombras de pecado no reconocido.
Semejantes defectos en el espíritu de las recientes ficciones escritas para niños, están relacionadas con un fin paralelamente descabellado. Los padres, demasiado indolentes para formar los caracteres de sus hijos por medio de saludable disciplina, o que en sus hábitos y costumbres de vida saben que les dan mal ejemplo, se afanan vanamente por reemplazar la influencia persuasiva del precepto moral, introduciendo a modo de diversión por la fuerza moral del hábito inducido por la justa autoridad: en vano intanta formar el corazón de la infancia con prudencia deliberativa, en tanto que abdican de la tutela de su indiscutible inocencia, y retuercen, en las agonías de una filosofía precoz de la conciencia, el vigor un día intrépido de su virtud inmaculada y resuelta.
El niño no necesita elegir entre el bien y el mal. No debe ser capaz de hacer el mal ni de concebirlo. Obediente, como el barco al timón, no por subitorsión o esfuerzo, sino con la libertad de su vida diaria; verdadera, con una verdad sin distingos, sin elogios, sin fanfarronería; en un mundo cristalino familiar de veras; noble, a través de las diarias pretensiones de nobleza, las honrosas confianzas y el orgullo del compañerismo infantil en los oficios del bien; fuerte, no en la lucha acerba y vacilante con la tentación, sino en la paz del espíritu y con la armadura del bien habitual, en la cual la tentación es como granizo que se derrite; no en la enfermiza restricción de apetitos viles y pensamientos ambiciosos, sino en la alegría vital de la satisfacción en posesión exigua, sabiamente estimada.
Los niños así educados no necesitan de cuentos de hadas, sino que encontrarán en cualquier tradición del tiempo viejo, en apariencia vana y caprichosa, una enseñanza a que no puede sustituir ninguna otra y cuya fuerza no puede medirse; animando para ello el mundo material con inextinguible vida, fortaleciéndolos contra la glacial frialdad de la ciencia egoísta y preparándolos sumisamente y sin ninguna amargura de asombro a contemplar más tarde el misterio –que por divino decreto sigue siendo tal para todo pensamiento humano– del destino que le esté reservado al mal, lo mismo que al bien.
La vía experimental ha sido hasta ahora poco empleada para descubrir qué lecturas agradan a los niños. Este medio es extenso y delicado. Observar el juego de las fisonomías durante una lectura en clase, es un procedimiento relativamente fácil; pero hacen para ello falta observadores expertos y exentos de ideas preconcebidas. Hásele utilizado en una escuela parisiense para los niños de curso elemental. Trozos escogidos de un libro escolar eran leídos por el maestro, a razón e dos por sesión, sin comentario ni explicación. Era ésta, pues, una lectura a primera vista, tal como el niño la hace cuando tiene el libro en sus manos. Se echó mano de todos los géneros: exposiciones sobre los deberes de los niños, escena de familia, historietas morales, relatos divertidos o trágicos, salidas oportunas y dichos graciosos de los animales y de los hombres, poesías. Digamos de una vez que de estas últimas, inclusas las de Ratisbonne y de La Fontaine, fue aquello una hornada completa. Terminada la lectura, los alumnos parecían esperar que por fin se decidiesen a leerles algo escrito en su propia lengua. Indiferencia por las descripciones, apenas algunos “movimientos diversos” en las escenas de la vida de familia. Los dichos ingeniosos los dejaban preocupados, como si fueran acertijos. Solo los relatos de actos y las farsas en que se agitan gentes y animales, hacían chispear los ojos y desatarse las lenguas sobre todo si “aquello concluye bien”, si el engañador es engañado, el vicio castigado, la virtud recompensada.
El procedimiento que consiste en preguntar a los mismos niños lo que prefieren es más delicado todavía. Lo difícil es hacer bien la pregunta. Una de las escasas pruebas de ese género fue hecha en Moscou. Promueve ella no pocas objeciones, de las que hablaré para demostrar precisamente el peligro, ya indicado por Bidet, de los cuestionarios para niños. Sometiese la prueba a 1,600 alumnos. He aquí la primera pregunta: “¿Qué prefeís leer: narraciones, poesías o fábulas? Vese en seguida que la pregunta hubiera ganado en precisión si se hubiera dicho: ¿Qué preferís? ¿tal lectura o tal otra?” indicando el título de la narración o de la fábula. Cada alumno era interrogado aisladamente, para evitar toda sugestión. ¿Es posible esto, en 1,600 interrogatorios? Otra pregunta: ¿Qué especie de narraciones preferís, narraciones verdaderas o fantásticas? Para niños de corta edad, la realidad y el ensueño se sobreponen con tanta frecuencia que han debido verse perplejos, a menos que hayan elegido las narraciones verdaderas para no verse tachados de tontos.
He aquí las conclusiones de la investigación, las que hay que aceptar con todas las reservas: Los niños de 9 á 13 años se interesaron en las narraciones largas y completas concernientes a los hombres; se interesan muy poco en las poesías y en las descripciones de la naturaleza, menos aún en las fábulas; conceden mayor valor a la pintura de lo verdadero y no gustan de los relatos fantásticos.
Leer despacio es el primer principio que debe aplicarse a toda lectura.
Es indudable que hay muchas maneras de leer aplicables a las distintas ramas del saber humano; pero hay un solo arte de leer.
“Los libros de ideas”. –El arte de leer los libros de ideas es un arte de comparación y de correlación continuas. Lo mismo puede leerse un libro de esta clase volviendo las hojas por los últimos capítulos que por los primeros; es decir, volviendo a leer lo leído, que siguiendo la lectura. El hombre de ideas es un hombre que no pude decirlo todo de una vez, se completa a cada párrafo, arroja más luz a cada capítulo nuevo, y únicamente se le abarca entero cuando se le ha leído enteramente.
“Los libros de sentimientos”. – A los autores que tratan de los sentimientos del alma humana se les puede leer algo más aprisa. Sin embargo, hay que poner en ejercicio la reflexión y la discusión con el autor, fórmulas, como se ve, reñidas con la distracción. Conviene, no obstante, empezar por entregarse al autor. El autor sentimental pinta los sentimientos del corazón menos por pintarlos que para inspirárnoslos. Es un sembrador de sentimientos, así como el filósofo es un sembrador de ideas. Ante todo, procura impresionar.
“Impresionar” es hacer partícipe al lector de los sentimientos que infunde a los personajes de su acción; es comunicarle, por una especie de contagio, el estado anímico, pasional, de los personajes.
Si el autor no consigue causar esta impresión, abandonémosle; pero si nos impresiona, si hace vibrar las cuerdas del corazón, no la resistamos, dejémonos guiar por él, dejémonos enternecer.
Es verdad que dejamos de pertenecernos a nosotros mismos, pues para esto tenemos en nuestras manos la obra de un novelista o de un novelista. Este desposeimiento o abstracción de nosotros mismos es una especie de embriaguez espiritual; una pérdida y un aumento a la vez de nuestra propia personalidad.
“Las obras de teatro”. ¿Los poetas dramáticos escriben para ser leídos? Indudablemente tanto como para ser oídos. Si bien, es verdad, como se decía antes, que una buena comedia no se puede ver sino con, “luces” no es menos cierto que hay una especie de fallo en apelación, que únicamente puede darse en la lectura.
En la representación escénica hay el movimiento; pero en la lectura, la solidez de la trama. Acontece que con la lectura de una pieza de teatro uno se escapa de los engaños de la representación; no nos dejamos sonsacar por el juego de los actores, del arte de su declamación, del efecto teatral, en fin, y por esto tenemos más dominio sobre nosotros mismos para poder juzgar si una obra de teatro es buena o es mala.
Además, quien lee vuelve a leer, sólo y releyendo se puede juzgar debidamente de estilo de la composición, de la disposición de las partes y del fondo mismo, en una palabra, de la impresión que el autor ha querido producir en nosotros, y si lo ha conseguido totalmente o a medias.
La lectura impide que nos den por buena una moneda falsa; es decir, que se vista una idea o un sentimiento banal con sonoridades más o menos académicas.
Para leer bien una obra de teatro es preciso haber sido asistente asiduo a los teatros; porque no basta leerla, sino “verla”, pero verla con los ojos de la imaginación, tal como la obra se presenta en escena.
“Los poetas”. –Los poetas propiamente dichos –conviene no a saber, los poetas épicos, los elegíacos y los líricos– deben ser leídos de otro modo que el anterior; y lo mismo los “poetas en prosa”, como ciertos grandes oradores, que por el número y énfasis de su verbo vienen a ser unos verdaderos músicos. Todos estos artistas deben ser leídos primero en voz baja y después en alta voz baja y después en alta voz. Lo primero, para penetrar bien su intención, pues la mayoría de los lectores no acostumbran a entender bien más que la mitad de lo que leen en alta voz. Lo segundo, porque el oído se da cuenta del número y de la armonía de los periodos, sin que el espíritu deje de apreciar el verdadero sentido.
“Lectura de los críticos” –¿Qué es un crítico? Es un amigo que os habla de sus lecturas y os comunica sus impresiones. ¿El crítico es un inútil, es aborrecible? De ninguna manera; hasta en la vida doméstica hace falta.
Comprendéis vosotros mismos que os hace reflexionar, que remueve en vosotros las sensaciones e impresiones del lector; que evoca nuevos aspectos o faces; que, conviniendo o discrepando de vuestra opinión, os hace pensar, y aguzar el pensamiento y la reflexión.
Al mismo tiempo, un buen crítico os abre horizontes nuevos, que por vosotros mismos nunca hubiérais descubierto lo que vale decir que os proporciona una nueva fuente de belleza.
Por la crítica, el lector hace lecturas meditadas en pos de lecturas precipitadas; por ella la lectura se convierte en un campo experimental de ideas.
Sin embargo, no conviene leer la crítica de un libro antes de leer éste, sino leerlo de nuevo después de asesorarse por una o varias críticas autorizadas.
Si leer es agradable, volver a leer lo es más, porque lo último supone estar desocupado y en libre disposición para platicar con las musas. Un serbio decía: “A mi edad no se lee, sino se repasa lo leído”. Efectivamente, releer es placer de viejos.
Se vuelve a leer para entender mejor el texto. Por esto se repite tantas veces la lectura de los filósofos, de los moralistas, de los pensadores y demás autoridades así; pero casi todos los escritores de algún mérito merecen volver a leerse para saborear sus pensamientos.
A veces se les lee únicamente para gozar de detalles, para saborear el estilo. La primera lectura es al lector lo que la inspiración al orador. Por buen juicio que se tenga, por gusto depurado que se posea, por buen método de lectura que se haga, es difícil sustraerse a la sugestión impetuosa de ver como un filósofo dilucida un problema moral, o un novelista precipita el desenlace. Por mucho que se piense, nadie está libre de esta comezón.
Así como el orador, en las pruebas de imprenta de su discurso, corrige el estilo y aún el lenguaje de su improvisación, así el lector que vuelve a leer una cosa se corrige de la improvisación de la primera lectura.
Así como entramos en el pensamiento del autor, penetramos ahora en su laboratorio, lo vemos trabajar. Esto nos sirve de enseñanza por si queremos imitarle; pero, aunque así no sea, sorprenderemos no poco secretos de arte, afinaremos con esto el espíritu, y esto ya es un placer.
Aparte que nos haremos más aptos para juzgar y apreciar en sí mismo al autor favorito nuestro, o al que tengamos que leer por primera vez.
No olvidarlo; el arte de leer es “volver a leer”.
Uno de los métodos más indicados para retención de lo leído es hacer un cuaderno de pensamientos o párrafos que más llamen la atención.
Esto es mucho más práctico y “más limpio” que hacer apostillas y tachas en las márgenes del libro.
Un cuaderno de citas bien clasificado y ordenado constituye una especie de cartera, de la cual pueden sacarse materiales en cualquiera ocasión.
En ocasiones es un “vademécum” cómodo y utilísimo. De todos modos, nada se pierde con trasladar al papel las frases, pensamientos o versos que más gusten, pues en ocasiones un repaso de estas anotaciones aviva el recuerdo de la lectura anterior y constituye un repaso de la obra o del autor anotado.
El niño ocupa verdaderamente un lugar cada día más importante en la literatura contemporánea. ¿No es esto prueba de que ejerce también preponderancia en las costumbres actuales? Gerard d´Houville, que era un encantador escritor, hace algún tiempo hablaba del “niño-rey” en una crónica. El hecho es que el reinado del niño tiene todo el aspecto de principiar: a porfía padres y madres, psicólogos, artistas, pintores y novelistas, se inclinan a él para oírlo gritar, para adivinar su pensamiento, para observar cómo ríe o llora, para sorprenderlo en los menores actos de su vida. Preocupación científica en los unos, fantasía en los otros. Hay un concierto de exclamaciones y de alabanzas cuando aparece el niño, y aparece muy frecuentemente, puesto que su vida está ligada de un modo continuo a la de las personas mayores.
Este reino del niño en la sociedad de hoy –tan curiosa para el observador de las costumbres y que tan profundamente hubiera sorprendido a nuestros antepasados de los siglos XVII y XVIII– tienen como coronamiento natural toda una literatura consagrada a su persona. De Gyp a Andrés Lichtenberger, pasando por los hermanos Margueritte, por Franc Nohain, por Pierre Mille, Henry Bataille, Pierre Loti y Gilbert des Voisins, es una pléyade de escritores y no de los menores, la que ha tomado al niño y siempre al niño como sujeto de su observación…
Después de “Cri-Cri”, la obra de Ciryle Berger, he aquí a “Criquet”, cuya hada madrina Mme. Andrée Viollis. Criquet es una niña de 14 años cuya autora la ha observado ingeniosa y maliciosamente en el despertar de la vida, en esta edad ingrata en que la futura mujer no es ya ni la niña ni tampoco la joven. Mm. Violis ha notado todos los sentimientos y todos los pensamientos que asaltan a la niña en esta hora turbia de su existencia, y que la torturan sin orden hasta el día en que la linda mariposa, desembarazándose de su crisálida, despierta a la alegría de la vida en el sol de la juventud.
Pienso que para una obra de esta naturaleza, hecha de encanto delicado, las manos de mujer serán siempre más diestras que las del hombre. Mme. Viollis nos da la prueba de ello, así como Mme. Bruno-Ruby con “Mme. Cotte”. La originalidad de esta última obra es el cuadro oriental en que está situada. El asunto es el mismo, o casi igual, que el estudiado por Mme. Viollis: el despertar de la vida y al amor de un alma de jovencita; pero en la heroína de Mme. Bruno-Ruby hay un acento pasional distinto. Estamos más cerca de eso que constituye la originalidad de las mujeres de letras de hoy; una sensibilidad extraordinaria, intensa, casi enfermiza, que se traduce en páginas vibrantes de vida, de impresionismo inaudito. Esta pequeña Mme. Cotte, esta niña que tiene en las ventas toda una herencia de coloniales, aspira con su nariz casi indígena todos los aromas que la envuelven, mira con sus grandes ojos todo el deslumbramiento de la vida oriental, siente con toda la fuerza de sus sentidos las mil cosas de la atmósfera, se baña con delicia en ese mundo de perfumes y experimenta la embriaguez de la vida misma. Es una salvaje y una civilizada de un refinamiento insólito; es la hermana de todas las heroinas que inventaron los d´Houville, los Noailles, Burnat-Provins, los Colette Willy. Y esta no es ni la menos desconcertante ni la menos excesiva de todas esas siluetas de niños que los novelistas se divierten en cortar con el gran patrón de la realidad.
Por Jules Bertaut (1877-1959). En: Ciudad de Guatemala, Diario de Centro América, 27 de mayo de 1914. p. 6.
Anotaciones:
Gerard d´Houville, pesudónimo de la escritora francesa Marie de Régnier (1875-1963), quien recibió el Gran Prix de Literatura de la Academia Francesa, fue una escritora prolífica, pero olvidada. Ver: The Forgotten Generation, French Women Writers of the Inter-War, por Jenniger E. Milligan.