Estos días inunda el mercado norteamericano un aluvión de libros para niños. Pero, poco a poco. Son literatura frecuentemente dirigida a los papás y hasta a los abuelos. El niño es una cosa muy seria para dejar que goce su niñez a solas. Hay que acompañarlo. La dificultad está en acertar con la clase de compañía que el niño necesita. Porque no hay dos niños iguales.
El niño es un hombre pequeño y tiene nuestros defectos en crudo y sin disfraz, es decir, más ostensibles que nosotros mismos. Y en general se inclina, como nosotros, en tres direcciones por las cuales se encarrila la humanidad entera: el amor, el poder o el conocimiento. El amor, esto es, la seducción.
El poder (frecuentemente la codicia), y el conocimiento, es decir, la conciencia del misterio y la curiosidad.
Tres tendencias poderosas, si las hay. Lo mismo que las personas mayores, los niños temen y odian una sola cosa, doblada de dos circunstancias: la soledad y la indiferencia ajena. Prefiere el niño ser castigado a ser ignorado. Con los mayores pasa lo mismo, al menos en los niveles de la vida ordinaria, es decir, cuando el castigo no alcanza las proporciones de la injusticia y del martirio.
Así y todo, algunos mártires preferían su martirio a la indiferencia de los otros y al escepticismo propio, ya que el mártir se supone que goza el bien de alguna clase de fe natural o sobrenatural.
Como decía, entre los millones de libros que salen al mercado y que hablan de niños muchos de ellos son para personas mayores y uno de esos es el famoso “Poil de Carotte”, de Jules Renard, que en la edición inglesa conserva el título francés. Un libro escalofriante sobre la relación de un niño a quien llaman así –“Pelo de Zanahoria”– con su madre, una burguesa francesa de clase media.
El original francés se publicó en 1894. Es una novela corta. Este género suele ser más eficaz en ciertos medios que la novela grande. La disciplina del escritor tiene que ejercerse más estrechamente y cuidar de efectos más directos e inmediatos en medio de una economía cuidadosa de palabras. Es algo como el soneto en relación con el romance. En sus centenares de versos el romance puede narrarnos la historia de un país. En sus catorce versos el soneto nos puede dar la esencia de esa historia y aún de la humanidad.
Poil de Carotte es un chico de nueve o diez años que se sabe no sólo odiado por su madre, sino despreciado. Vive en esa evidencia sombría como el pez en el agua –podríamos decir–, pero con desventaja: el pez respira por sus agallas y el chico se asfixia. El poco aire que llega a sus pulmones y el poco oxigeno que llega a su corazón lo envenenan. La vida es un suplicio constante, en el seno de una familia burguesa de apariencia normal que tiene los caracteres aparentes de la virtud. El padre de Poil de Carotte es un buen ciudadano y un buen esposo. Incluso un buen padre. Pero se asfixia lo mismo que el hijo.
Un día el padre no puede menos de dejar traslucir su rencor secreto. Y aprovechando un pequeño incidente de la vida diaria, hace ver al hijo que odia a su esposa y que lo mismo que el pequeño Poil de Carotte se sentiría liberado con la muerte de aquella espantosa criatura. Y los dos, padre e hijo, sufren y callan. A todo esto no suele pronunciarse, ni oírse en el seno del hogar una palabra más alta que otra.
Esa atmósfera (de la que no habló Dante en su “Infierno”) puede tener como los campos de concentración nazis o rusos. La ventaja única de Renard consitía en que pudo escribir sobre ella y publicar su narración. No es poco.
Al parecer, y según se ha visto más tarde, la novela de Jules Renard es autobiográfica. Eso da al horror una calidad veraz genuina y fatal. Con una parte de la fatalidad misma de la muerte.
Es verdad que entre los libros de Navidad y año Nuevo la mayor parte presentan y subrayan el lado positivo de la vida.
Cuentos de hadas, libros sobre la vidad de los animales salvajes, colecciones de grabados, teatros de marionetas, narraciones semifabulosas con doble o triple sentido, nuevas Alicias en los países de maravilla, nuevos gatos con botas, pero el panorama estaría incompleto sin el lado oscuro: “Poil de Carotte”. Y en los Estados Unidos no se tiene miedo a la oscuridad porque la consideran no más que una circunstancia de la luz. La luz domina, al fin.
Hasta hay un sentido de trascendencia política en todo eso, ya que la luz es la fe. La fe religiosa, la fe humana, la buena voluntad. En fin, la democracia. Sin un mínimo de fe en alguna clase de democracia la vida en común sería imposible.
El caso de Poil de Carotte no tiene mucho que ver con la política, pero es una elocuente experiencia de psicopatología con proyección social. El martirio de Poil de Carotte hay que evitarlo y cuando vemos la tremenda libertad que tienen ahora los niños y el uso despótico que suelen hacer de ella, uno piensa que es mejor pecar por ese lado que crear nuevos casos como el de Jules Renard. Al fin, la libertad desenfrenada del niño está limitada por la naturaleza misma, ya que el niño como cada cual es esclavo de la necesidad (comer, dormir, ser atendido y escuchado) y, por lo tanto, la disciplina se restablece ella sola, de un modo u otro.
Una vez más, por lo tanto, se trata de los libros para niños o sobre niños del problema de siempre: decir toda la verdad o sólo una parte de la verdad. Si no existieran los libros como “La bella durmiente del bosque”, el “Gato con botas” o “Alicia”, la verdad no sería completa. Hay que recordar a esos niños que reciben en Navidad un rifle calibre 22 y que un buen día, sin saber por qué, asesinan a la mitad de su familia. Probablemente, habría sido lo que habría hecho Poil de Carotte si la desventura le hubiera dejado alguna energía defensiva y si los Reyes Magos le hubieran regalado ese rifle.
La vida no es siempre idílica, ni con los mayores ni con los niños, y cerrar los ojos a la incomodidad puede ser suicida y, en todo caso, es poco inteligente. De ahí también la boga de ese tipo de héroe que llamamos los ogros, y que con la gente menuda ha tenido siempre tanto éxito como el hada.
El ogro, el hada y Poil de Carotte resumen bastante bien en estos días el panorama del mundo infantil y de las relaciones de los adultos con los niños.
La psicología moderna ha decidido, con justicia o sin ella (yo creo que con justicia), que a los nueve años o diez, el niño es ya en cuanto a sentido moral y a carácter todo lo que va a ser a lo largo de su vida. Así, pues, nuestro más delicado deber está en adivinar qué clase de lectura ayudará al niño a desenvolverse en la madurez, evitando desde la hora temprana el miedo y no abandonándose demasiado a la esperanza. Pero fortaleciendo en lo posible esa fe razonable en sí mismo y en los demás, que es la base de una personalidad armoniosa. (ALA)
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