domingo, 27 de enero de 2008

Textos infanto-juveniles: la otra mirada

Intentar leer un libro en un idioma que no conozco –griego, ruso, sánscrito– evidentemente no me revela nada. Pero, si el libro es ilustrado, aunque no pueda leer las leyendas puedo atribuirle un sentido, sin que éste sea necesariamente el explicado en el texto. (Alberto Manguel, 1997:116)


La experiencia y destreza que adquirimos con la práctica del lenguaje, desde que nacemos y a lo largo de toda nuestra vida, en las distintas actividades que realizamos como hablar, pensar, danzar, pintar, leer, escribir, etc. o para expresar pensamientos, recordar, soñar, dialogar, ha sido fundamental. Es una práctica cultural que con el uso constante ha perfeccionado sus mecanismos de comunicación e interrelación y, a su vez, ha tenido muchas implicaciones en la evolución de la historia de la humanidad. Esa práctica nos ha dado recursos para (re)inventar no solamente lo real, sino también el imaginario y la ficción en todas las formaciones culturales posibles, modificándose en su dinámico trayecto la forma de transmisión y logrando, a la vez, desenvolver procesos muy complejos de describir y definir el mundo a través de su doble forma: hablar/escuchar y leer/escribir.

En este contexto, pues, se puede decir que la palabra en sí misma ha adquirido una gran importancia, ya que, nuestro mundo, nuestra vida giran a su alrededor. A través de ella conocemos otra forma de aprehender y percibir la realidad que nos rodea, de ordenar la información que recogemos, de conservarla y difundirla. Además, su ejercicio constante en distintas esferas nos lleva a crear estructuras de pensamiento, complejos mecanismos y competencias mentales, a ser reflexivos y comunicativos. Nos ha brindado un soporte instrumental que nos ayuda, en última instancia, a situarnos en el mundo y poder ver el lugar que uno mismo y el otro ocupamos en él.

Por aparte, la adquisición del lenguaje, que se traduce en el díptico hablar/escuchar, es un proceso natural, lento, que se obtiene juntamente con el crecimiento psicomotriz del ser humano, mientras que el leer/escribir es una práctica artificial e impuesta, tan milenaria como nueva según el lente con el que se la mire y según el ámbito sociocultural donde se desarrolle. Pero, al mismo tiempo, tampoco es una práctica simple. Su difusión y fijación ha implicado un proceso de tecnificación que ha durado más de diez siglos y ha variado de acuerdo a normas y valores establecidos.

Sabemos que el dominio de estas destrezas durante mucho tiempo, por ejemplo, fueron privilegio de unos pocos y es hasta el siglo XIX cuando gracias a la instauración de un nuevo orden socioeconómico mundial se popularizan y masifican a través de la obligación del Estado de proporcionar educación gratuita a los ciudadanos, extendiéndose hacia la siguiente centuria con más fuerza, volviéndose imprescindible para cualquier actividad humana. De hecho, convertirse en “lector” y dominar el lenguaje no es ninguna extravagancia, es una necesidad elemental. De ahí que el italiano Giani Rodari diga que “Todos los usos de la palabra a todos, parece un buen lema, sonoramente democrático. No exactamente porque todos sean artistas, sino porque nadie es esclavo” (1982: 13). La lectura, la escritura, los libros y la literatura son patrimonio de todos y representan la mejor coyuntura política y cultural en la sociedad de hoy para su desenvolvimiento, calidad de vida y combate de la pobreza.

Como podemos ver, son prácticas que requieren operaciones complejas de llevar a cabo. Por eso, en lo que nos concierne al campo de la literatura en general y de la literatura infantil en particular, fomentar su experiencia enriquecerá aún más el dialogo entre nosotros mismos.

De esa cuenta, el “acto de leer” en sí, y todavía leer libros de literatura, dentro de nuestra sociedad se añade como un hecho raro al saco de lo “Otro”. Es decir, a aquel recipiente donde va todo aquello que nos es diferente, diverso, empezando por la multi/pluri/interculturalidad que nos define, por ejemplo a los guatemaltecos, y siguiendo, después, por las diferencias físicas y emocionales que nos distinguen a cada uno.

En nuestro medio, leer libros de literatura, especialmente, no conlleva solamente la meta de crear un contacto afectivo con los objetos llamados libros, sino también el desarrollo de habilidades psicomotrices, así como del alargamiento del imaginario, la creatividad, la imaginación y la fantasía en los potenciales lectores, sean estos niños, jóvenes o adultos. Asimismo, la lectura de libros de literatura funciona como píldoras contra el olvido. Nos ayuda a cimentar nuestra memoria histórica y personal, lo que a su vez, nos da una luz sobre el sentido de la vida y nos sirve también, como medio, para construir un nuevo espacio de actuación social.

La conformación de un género literario para la infancia es relativamente nuevo. Comenzó a consolidarse juntamente con la concepción de la definición de la figura del niño en el siglo XIX. Situación que requirió, al mismo tiempo, que se pensase en materiales y productos específicos para esta capa de la sociedad, así como el planteamiento de nuevas exigencias con relación a la preparación escolar. He aquí que surgen historias y relatos exclusivamente hechos para ellos, aunque con una gran carga didáctica y moralizante, característica que le acompaña hasta los días de hoy. De todos modos, hay que resaltar que fue un proceso que duró casi tres siglos para su afianzamiento.

La necesidad social de formar lectores niños y jóvenes, entonces, ha hecho con que la literatura infantil se expanda en sus posibilidades de representación. En ese sentido, además del discurso, se han incorporado a los textos para la infancia imágenes y elementos gráficos. En esa nueva propuesta representacional, los elementos plásticos y literarios se articulan creativamente para dar un sentido más amplio a lo leído y para estimular, la lectura y contribuir al acercamiento del niño al libro. De ese modo, proporcionar el encuentro de la palabra y la imagen puede ser una gran experiencia para el receptor porque siendo un arte, a través de aspectos estéticos, tiende a dar un sentido a la vida, una coherencia, una organización.

En Guatemala, específicamente, derivado del clima sociopolítico que se vivió durante la primera mitad del siglo XX, el desarrollo de las manifestaciones artísticas (letras, pintura, escultura, música, etc.) se vio gravemente afectado. Por eso, a grosso modo y pecando de generalistas, podemos expresar que una integración de las mismas que pudiese llevar a la construcción de conceptos como Nación, Estado, Identidad fue difícil lograrla. Pero, como dice Lionel Méndez D´Avila “resulta pertinente admitir que si bien una obra de arte posee una esfera autonómica de valores, la situación de desarrollo del medio imprime un acento, traduce una presión que siempre a la postre define ecos y resonancias dentro de la misma” (2000:101).

La búsqueda y resonancia de una expresión artística nacional inició dándose a partir de dos caminos, principalmente: uno, donde los artistas construyen un marco de representación estética desde suelo patrio y aquellos que lo hacen desde el exterior, respondiendo así a necesidades más particulares que colectivas. Lo que da como resultado que la producción se divida en dos etapas bien marcadas: una en la que prevalece el individualismo, el trabajo solitario en un medio indiferente ante expresiones que oscilan entre indígenas y ladinas; otra, que adquiere un tono más colectivo y por ende la proyección artística posee un carácter más público y un predominio de las formas geométricas y abstractas, producto del efecto de una política cultural promovida por los gobiernos de Arévalo y Arbenz, en especial, aunado al contacto más abierto que se originó con las corrientes plásticas en el exterior a través de becas, premios, exposiciones, etc. que enriquecieron grandemente el trabajo realizado y el posterior.

En ese sentido, este brevísimo relato de la plástica guatemalteca fue necesario para poder describir el desarrollo de la ilustración en los textos infanto-juveniles del canon jr. de la literatura guatemalteca, pues muchos de los grandes representantes de la plástica nacional dejaron su huella en estos libros.

La palabra “Ilustrar” deriva del latín illustrare, que quiere decir “dar Luz al entendimiento, aclarar un punto o materia con palabras, imágenes, o de otro modo”. Ya, el efecto de ello, la Ilustración, según el diccionario de la Real Academia Española significa “Estampa, grabado o dibujo que adorna o documenta un libro”. A partir de esta significación y de una manera general, la ilustración es un acto que hemos venido viendo desde que nacemos en cualquier espacio que nos movamos. Sin embargo, específicamente para la literatura infantil, es algo que ha cobrado vigencia en las últimas décadas dentro del circuito de producción de literatura infanto-juvenil. Ya que, se afirma que la creatividad en todas sus formas posibles enriquece la imaginación y la fantasía del receptor.

En el caso más específico de la producción literaria infantil en Guatemala, en lo que se refiere al tema de la ilustración de libros para niños, hasta la fecha, no ha sido susceptible de un estudio más apurado. Esto, debido a factores como la marginalización del género de literatura infantil en nuestro medio y a la desaparición de la mayoría de los libros editados para la infancia desde 1872, cuando se crea el Ministerio de Instrucción Pública y se declara la educación como laica, gratuita y obligatoria.

En aquel entonces, estos factores contribuyeron para la aparición de un nuevo espacio en el país para la creación de libros específicamente direccionados a los niños. A través de una investigación minuciosa de la literatura infantil descrita en el libro “Han de estar y estarán... Literatura infantil de Guatemala. Una propuesta en una sociedad multicultural” (Morales Barco, 2004) se sabe que la “Serie de Libros de Lectura” de J. Antonio Vela Irisarri (1875) fue una de las primeras colecciones de libros utilizados en las escuelas. En estos se muestra una miscelánea de temas que enfatizan un conocimiento general de las cosas. Las imágenes que los ilustran aparecen en forma de encabezados representados por grabados sencillos y muy realistas que ayudan a la comprensión literal de lo que se está enseñando. Posteriormente, en las colecciones de libros de lectura “Libros de Premio 1-4 y “Libros de lectura 1-6 (1895-1896) los elementos ilustrativos que abundan son letras capitulares, viñetas de inicio y final usando siempre la técnica del grabado, fotografías de personajes ilustres y de lugares pintorescos de América Central, constituyendo una especie de referencial histórico único. Además, debemos resaltar el carácter anónimo que las distingue.

En el siglo XX, el conocimiento de las teorías psicológicas y de educación, así como los artículos y ensayos publicados en los principales periódicos de las primeras décadas como El Imparcial, Diario de Centro América y El Guatemalteco, se discute el qué y cómo enseñar a los niños y a través de qué medios, los cuales produjeron un gran impacto en algunos docentes del país, denotando con ello una preocupación con el material destinado a los niños. Esto, en parte, genera la aparición de la primera revista infantil “El Niño” de la Sociedad Protectora del Niño en julio de 1923. La organización temática es variada. En relación a la literatura encontramos cuentos inéditos de Daniel Armas, Malín D´Echevers, por ejemplo; cuentos y fábulas anónimas, así como materias científicas e históricas y una sección de entretenimiento. Sin embargo, en cuanto a aspectos de ilustración se refiere, lo que abundan son las fotografías y dibujos realistas y descriptivistas de las cosas que sirven para reforzar el sentido literal de lo que se está exponiendo.

A este material le sigue, en 1928, “El método fonético-simultáneo de lectura y escritura castellana “Alfa”, texto dividido en cuatro partes que abarcan las etapas de la alfabetización escrito por Daniel Armas. Se puede decir que en él encontramos los antecedentes de lo que serán décadas más tarde libros de iniciación como el de “Victoria”, “Nacho”, “Pepe y Polita”, por ejemplo. Sin embargo, carece de ilustraciones. Un año más tarde, este mismo autor publica “Mi niño, poemario infantil” que contiene dibujos de Roberto Ossaye y Víctor M. Lázaro dispuestos en viñetas de entrada y salida con características realistas y denotativas. Son ilustraciones que modifican la actividad de lectura hasta ese entonces promovida y conllevan a la construcción de imágenes nuevas. De ahí que, este libro adquiera mucha importancia dentro del canon infantil nacional porque con él da inicio una nueva etapa de la literatura para niños en todos sus sentidos: texto, imagen y presentación; y sobre todo, se reconoce la autoría tanto de lo escrito como de lo ilustrado.

En 1940, Armas publica “Barbuchín, libro de lectura para niños” con ilustraciones del artista plástico Enrique de León Cabrera (1915-96). Las ilustraciones en las primeras ediciones de este libro, a cargo de la Litografía Zadik, eran en blanco y negro y solamente comienzan a hacerse a color a partir de que la Editorial Piedra Santa adquiere los derechos de publicación en 1954 y es quien los posee hasta el día de hoy. El proyecto gráfico de esta edición está muy bien cuidado tanto en el contenido como en la apariencia. Las ilustraciones aparecen dispuestas en forma de encabezados y se caracterizan por la personificación y humanización de los personajes animales y la fantasía que proyectan, además de la utilización de algunos recursos de las historietas o comics como la animación. De cierta forma, el trazo de los dibujos recuerda un poco los dibujos animados de Walt Disney. Últimamente, este libro ha sufrido la intervención editorial al colocar cuatro ilustraciones panorámicas de la artista Beatrice Rizzo. Aunque son ilustraciones lúdicas que guardan una sintonía y coherencia con el trazo de De León Cabrera, el texto, de alguna forma, pierde su aura.

Durante la época de la Revolución de Octubre (1944-54), entre otras cosas muy importantes, se da un auge editorial promovido por un espíritu renovador, progresista e inclusivo. En este contexto surge la “Revista Infantil Alegría” en la que ilustraron artistas como Óscar González Goyri (1897-1974), Valentín Abascal (1908-81), Guillermo Rohers Bustamante (1921-58), Enrique Cabrera de León (1915-96), Dagoberto Vásquez (1922-99), Roberto Ossaye (1927-54), Miguel Ángel Ceballos Milián, Luis Alfredo Iriarte Magnín, verdaderos representantes de la plástica guatemalteca contemporánea. Ellos asumieron un compromiso político y social coherente con el momento histórico que vivían y convencidos de que estaban contribuyendo verdaderamente con la construcción de un estado nuevo. Esta situación continua así durante 30 años aproximadamente.

A partir de 1980 se nota un nuevo cambio debido a la aparición de editoriales extranjeras, lo que hace que las nacionales comiencen a producir textos de más calidad artística para que puedan competir en el mercado. Así, surge la colección “Colorín Colorado” conformada por leyendas guatemaltecas, cuyo proyecto gráfico fue bien cuidado. Tanto los textos como las ilustraciones, nuevamente, están a cargo de artistas consagrados. En relación a la ilustración hay trabajos de Marcela Valdeavellano, Roberto Piedra Santa, Manuel Corleto y Roberto González Goyri, los cuales le imponen un sello especial.

En los años 90 debido a cambios a nivel político social en el país, se abre un nuevo espacio para las producciones literarias infantiles guatemaltecas. Las editoriales nacionales al invertir en la calidad y acabado del libro producen obras como “El hombre que lo tenía todo todo todo” de Miguel Ángel Asturias, “La gigantona” compilación de Irene Piedra Santa y “El ratón volador” de Flavio Herrera ilustrados por Christine Varadi, quien tiene un estilo muy particular con el empleo de la acuarela. “El Monstruo de la calle de colores[1] ilustrado en la versión mexicana por Julián Cícero y en la guatemalteca por Roberto González Goyri. “Los cuentos del Cuyito” de Miguel Ángel Asturias ilustrado por el cubano Nívio López Vigil. Así también, las obras de Rigoberta Menchú ilustradas por Helman Tebalán y Alejo Azurdia; la colección infantil “Toronjil” de la Editorial Cultura del Ministerio de Cultura y Deportes que se caracteriza porque las mayoría de sus ilustraciones han estado a cargo de niños, entre otras. Pero, no ha sido suficiente, porque a pesar de todo, el libro infantil en Guatemala ha sido y sigue siendo tratado como souvenir y no como algo más que pudiera incidir en la formación integral de los niños del país.

A lo largo de más de un siglo de producción de literatura infantil guatemalteca, el uso de la ilustración se puede dividir en tres etapas: 1) corresponde a un uso ornamental; 2) adquiere una característica denotativa, de espejo de lo que el texto refiere; 3) a partir de los años 80, la ilustración cambia, son más coloridas y se inicia el empleo de nuevas técnicas lo que, en última instancia, incide en la actividad de lectura del receptor. Asimismo, observamos el manejo y uso de técnicas plásticas para la ilustración de libros nacionales como la apropiación, grabado, xilograbado, lápiz, acuarela y fotografía. El estilo de la mayoría es pictórico, lineal y cerrado. Abunda en la función descriptiva, literal de las cosas, denotativa. Puntuación. Tampoco ha habido experimentación con estas técnicas porque la ilustración en sí misma solo ha constituido un soporte para el texto verbal. En este contexto, tampoco ha sido publicado un libro nacional sólo de imágenes ni un libro álbum. Es decir, hasta ahora no se ha considerado la ilustración como un texto en sí mismo que pueda generar otro sentido, significación para el lector.


[1] Este libro está incluido dentro de la colección de libros que integra la Biblioteca de la Secretaría de Educación de la República de México.

viernes, 11 de enero de 2008

Pontificando versos

Por Frieda Liliana Morales Barco

La poesía es un juego con las palabras. En ese juego, cada palabra puede y debe significar más de una cosa al mismo tiempo: eso ahí también es eso aquí. Toda poesía tiene que tener una sorpresa. Si no la tiene, no es poesía: es solo una cosa más…

José Paulo Paes, poeta brasileño

En Guatemala, muy raras veces, se presenta la oportunidad de ofrecer al público infantil un libro dirigido a ellos, en este caso uno de poemas. Este es un acontecimiento que debemos celebrar con mucha algarabía. Ojalá sea tanta la bulla que hagamos que llegue a los oídos de otros poetas para que se animen a escribir para los niños y niñas de este país. Que dejen de considerar que el género “Literatura Infantil o Infanto-Juvenil” no existe, o que es marginal u otra cosa parecida.

Existe y ha existido desde el siglo XIX hasta la fecha y, en este lapso, se han publicado más de quinientos títulos. De entre los cuales algunos han sido calzados por escritores como Luis Alfredo Arango, Mario Monteforte Toledo, Luis de Lión, Miguel Ángel Asturias, Ricardo Estrada h., Angelina Acuña, Francisco Morales Santos, Manuel Galich, Lionel Méndez D´Ávila y, últimamente, Humberto Ak´abal, Rigoberta Menchú Tum, por ejemplo. Pero, la gran mayoría, ha sido escrita por docentes egresados de la carrera de magisterio de las diferentes escuelas normales del país, aspecto que valdría la pena investigar.

Por otro lado, en este lapso ha emergido, se ha conformado y organizado el sistema literario infantil. Ha habido reflexión y teorización, lo que dio como resultado el surgimiento de tres libros fundamentales: “Prontuario de Literatura Infantil” (1950) de Daniel Armas, “Literatura Infantil: condiciones y posibilidades” de Rubén Villagrán Paúl (1954) y “Literatura Infantil” de Adrián Ramírez Flores (1968). A la fecha, todavía siguen siendo las bases del curso de Literatura Infantil en las Escuelas Normales y de Magisterio. Paralelo a estos textos de teoría, en 1948, la profesora y dramaturga Marilena López crea la Revista infantil “Alegría”, la cual sirvió de campo experimental para la publicación literaria destinada a la infancia. Duró veinte años con tirajes de hasta 10,000 ejemplares repartidos gratuitamente en las escuelas de Guatemala y en las de Latinoamérica. Esa fue la época de oro de la Literatura Infantil nacional que dio frutos duraderos y consolidó, en este género, a un grupo de escritores como Marilena López, Adrián Ramírez Flores, Romelia Alarcón Folgar, Alicia Folgar Alarcón, Óscar de León Palacios, Alfredo Balsells Tojo, Mario Álvarez Vásquez, Jaime Barrios Archila, Ligia Bernal, Gilberto Zea Avelar, Valentín Abascal, Clemencia Morales Tinoco, Reinaldo Alfaro Palacios.

En cuanto a la producción poética para niños, específicamente, ésta fue inaugurada en 1929 con la aparición del libro “Mi niño, poesía infantil” del profesor Daniel Armas, considerado el padre de la literatura infantil nacional. Este libro entre otras cosas, tiene la importancia de ser el primer libro escrito en Guatemala dirigido a un público determinado: el de los niños.

El mismo profesor Armas dice que escribir poesía infantil es un reto y que la misma sólo estará plenamente realizada si es capaz de aproximarse al lector, crear imágenes, sonidos, ritmos que lo hagan jugar con el lenguaje y descubrir nuevas formas de relacionarse con el mundo. Siendo, pues, la poesía una creación artística por excelencia, la misma garantiza su calidad estética cuando no traiciona al pequeño lector, queriendo enseñarle algo como si fuese un instrumento de aprendizaje puro y simple. El poeta, en este caso, debe ser capaz de crear lo que en la teoría de la Estética de la Recepción se denomina de “vacíos. Ya que, los vacíos que una obra de arte abre a la acción del lector para que éste se convierta en coautor, es lo que posibilita el rompimiento de su propio horizonte de expectativas. Y, obviamente, la perspectiva del niño es fundamental para que pueda encontrar resonancias de sus cuestiones más apremiantes en las entrelíneas de los textos.

Este es el caso del poemario “Tejiendo sueños” del poeta Francisco Morales Santos. Es un conjunto de versos marcados por un proceso de vida esperanzador. Cíclico. Abre con el poema “Retoño”, palabra que invita a ser anuncio y cierra con una certeza de continuación en los últimos tres poemas: “Arco iris”, “La alegría de quererte” y “Como un árbol”. Son sentimientos que, para el pequeño lector, se traducen en vitales porque le dan seguridad y le afianzan el sentido de la vida.

Retoño

Cuando supe

que pronto llegarías

abrí tremendamente

los ojos y la boca,

como si le buscara

una estrella nueva

al cielo.

Y en ese mismo instante

brotaron de mi pecho

jazmines, rosas, nardos

y tantas otras flores,

porque para nombrarte,

hay que ir al jardín de las palabras.

Este movimiento se transforma en una especie de rito de iniciación que permite al ser humano pasar, simbólicamente, de un estadio de la vida a otro. Además, ese movimiento no solo se presenta a nivel de la expresión, sino que también se da al nivel de las imágenes que crea, como por ejemplo en los poemas “Girasol” (p. 17) y “Plana de Amor” (p. 11) donde las imágenes que evocan son, por un lado, la transformación del día por el movimiento alrededor del astro rey. Sol, que en este caso, es el niño. Por otro, el establecimiento de los puntos cardinales que caracteriza a la cosmovisión indígena maya de vivir en concordancia con la naturaleza y, por último, concretiza la visión del dibujo clásico que todos los niños en algún momento de su vida hacen: dos montañas unidas con un sol radiante en medio y un hilito de agua atravesando un valle verde.

Lo anterior, se afianza, también, por medio de los recursos literarios que utiliza el poeta como una manera de abrir espacios para el juego poético y ficcional que se establecerá con el lector infantil. Lo ficticio, en el decir de Wolfgang Iser, presiona al imaginario a asumir una forma, ofreciendo, entonces, la condición constitutiva para lo estético. De ese modo, si la coexistencia de lo ficticio y de lo imaginario es lo que marca el juego estético de la literatura en general, lo que determinará la especificidad estética de la literatura infantil es la posibilidad de alcanzar “el máximo de imaginario en el mínimo de discurso”. Algunos recursos son:

* Los poemas, en su mayoría son redondillas mayores, o sea cuadras, que facilitan la lectura y otorgan un ritmo suave permitiendo visualizar las imágenes que el poeta crea.

* Las imágenes, a su vez, son simples, las coloca al alcance de la comprensión infantil, lo que favorece la elaboración de sentidos de los poemas y ayuda a crear un nuevo imaginario.

* Asimismo, el uso de estrofas y versos cortos permite decir mucho en pocas palabras. Esto origina la ambigüedad que, por otro lado, no hace más que otorgar pluralidad de significaciones permitiendo hacer una lectura múltiple de los poemas.

Un aspecto que no hay que dejar escapar en un texto para niños es la ilustración. Éste va de la mano del discurso textual, pues ofrecen recursos narrativos propios que ayudan a expandir el imaginario y la fantasía en los niños. O sea, que ésta no cumple una función meramente decorativa o de significado literal, va más allá de eso. Porque, para el niño, en su recorrido de adquisición del discurso, es justamente la convergencia de la ilustración, del texto y del proyecto gráfico lo que construye la unidad y los sentidos de la obra de literatura infantil. Pero, ¿y la ilustración de este libro? ¡Ah, esa es una misa para otro domingo!

En fin, como un todo, este nuevo poemario que nos obsequia Francisco Morales Santos es un homenaje a la vida. Son veintiún poemas que forman una telaraña colorida de sonidos, emociones, sentimientos, ternura, pero sobretodo, es un texto donde cada verso es un rayo de luz que crea un bello arco iris, que corona al niño-gira-sol que camina lentamente, día con día, de levante a poniente trazando su propia historia.

Son versos que celebran la vida con palabras de esperanza. Celebrarla así, es revitalizar el sentido de la vida en los niños en un mundo tan lleno de desconsuelos como el que experimentan actualmente.

Celebrar la vida con palabras a través de los sueños que se hacen realidad hoy y que el poeta nos los entrega con la delicadeza con que se entrega a un niño recién nacido a su madre es ayudar a la construcción de un mundo mejor.

Han de estar y estarán…, de Frieda Liliana Morales Barco

Por Gloria Hernández[1]

Crecí en la época de los ideales apasionados, las causas nobles y la fe en la utopía. Crecí con un libro entre las manos. Divagando entre los prados de Alberti, conmoviéndome con las imágenes de Acuña, persiguiendo a las abejas de García Lorca y jugando naipes con los personajes de Carroll. Es decir, que nací y crecí bajo el signo de la lectura. Alternando realidad y fantasía. Acaso, aprendiendo a poner los pies sobre la tierra por medio de los mundos ficcionales que otros habían inventado para aquella niña que fui. Casi, como hiciera Sancho durante su gobierno de la ínsula Barataria. Y recuerdo a Barataria a menudo como una de las ironías más sutiles de Don Quijote de la Mancha. Porque el nombre suena a insignificancia y a ganga. A algo de poca importancia. Y sin embargo, resulta el lugar donde ocurre el episodio tragicómico más importante, a mi juicio, de la famosa novela de Cervantes: el encuentro entre realidad y fantasía. Sancho Panza se toma tan en serio el nuevo cargo, que resuelve con sabiduría inesperada los problemas que se le presentan como gobernador. Es más, casi logra convencer al lector de que su mundo era real. A la niña aquélla la convenció. De que había valores que importaban. Pero entonces, ¿dónde está la ironía? Barataria, así con su nombre devaluado, es el lugar privilegiado en donde vamos a encontrarnos, personajes y lectores, con el mundo real y con nosotros mismos. Si explotamos un poco más aún la metáfora de Barataria, tendremos que ilustra, asimismo, el acto de leer. A través de los libros y de su lectura, penetramos espacios de ficción que, al plantearnos situaciones hipotéticas, nos ayudan a encontrar tantas respuestas como hayamos lectores. Si nos circunscribimos al contexto nacional, cuya principal riqueza es su gente, —su gente joven, además— la importancia de espacios como Barataria deviene de primer orden. Es decir que, en Guatemala, implantar el germen de la imaginación en nuestros niños y jóvenes resulta esencial para nuestro futuro como país. Y una de las maneras más sencillas de hacerlo no es otra que fomentar el gusto por la lectura. Únicamente los niños con imaginación pueden convertirse en adultos creativos. La imaginación los posibilita para no ser niños obsoletos como son muchos adultos hoy en día. Ocasionalmente, nos sorprende alguna persona por su alegría de vivir, por sus soluciones inusitadas y su capacidad de la reflexión. Con bastante seguridad, me atrevería a decir que esa persona es una buena lectora, un apasionado lector. Pero, vayamos a un círculo más dentro. Ése de las personas creativas, buenas lectoras y, lamentablemente, escasas en nuestro medio. Allí vamos a encontrar a una mujer que combina la inteligencia para comprender todo lo anterior y la sensibilidad para hacer algo al respecto. Alguien que combina sus capacidades de niña con su determinación de trabajo de persona adulta. Una investigadora seria cuyo trabajo presento con mucho orgullo y admiración esta noche. Han de estar y estarán, literatura infantil de Guatemala es, como la autora apunta, una propuesta para una sociedad multicultural. A decir de la doctora Vera de Aguiar, Profesora de Teoría de Literatura Infantil de la Pontifícia Universidade Católica de Rio Grande do Sul en Brasil, Frieda Morales “recuperó en bibliotecas, escuelas, centros culturales, acervos públicos y particulares, todos los materiales de lectura que, a lo largo de la Historia, transitaron en la sociedad, teniendo en vista al niño en cuanto sujeto lector.” Seguidamente, interpretó sistemáticamente este material por medio de herramientas modernas de la crítica literaria y la pedagogía. Luego, argumentó acerca de la formación de la literatura infantil en Guatemala con base en el análisis de sus diferentes momentos históricos. Y por último, plasmó en un trabajo trascendental para nuestra sociedad muchos de sus hallazgos y su intuición acerca del tema de la Literatura para niños en Guatemala.

Que una tesis se convierta en un libro no es novedad. No obstante, en el caso de la obra de la doctora Morales, el hecho es determinante para la sociedad que inspira y genera la obra. En primer lugar, porque hace un exhaustivo recuento histórico-político de un género visto de menos o mal planteado en el país. Y, en segundo término, porque plantea la posibilidad de encontrar las soluciones a los problemas nacionales de educación en los anales mismos de nuestro pasado.

    La investigación que finalmente llega a nuestras manos como Han de estar y estarán se estructura por medio de tres grandes capítulos. El primero, dedicado a explorar en la historia de la expansión española y la consecuente reorganización política americana las bases ideológicas del pensamiento del nuevo mundo y, más específicamente, del de Guatemala. El segundo capítulo delimita el problema de la materia y forma de la literatura infantil de Guatemala: su formación, primeros libros y las obras creadas durante la llamada primavera democrática. El tercer capítulo confronta las raíces del reto que representa la fórmula escuela/literatura infantil. Además, analiza el lenguaje y los recursos literarios de la poesía y el teatro infantiles. Consigna y discute, también, las cinco novelas para un público infanto-juvenil escritas en el país. Explora, para finalizar el capítulo, el enlace con los textos de la literatura oral del país y su tradición popular. Es en este capítulo particular donde se encuentra una de las propuestas más agudas y mejor argumentadas de esta investigación. Aquella encaminada al juicio de las condiciones en las cuales emergió la literatura infantil de Guatemala. Ese espacio en el cual, a decir de la investigadora, “deberán caber la literatura, la infancia y la lectura”. Ese no lugar que comparte atributos de la Barataria a la cual nos referíamos al principio. Como decíamos, una profunda interpretación de la literatura para niños y sus diferentes concepciones en nuestro medio. Desde el pensamiento de Daniel Armas que, de acuerdo con la Dra. Morales, “sentó las bases teóricas de la literatura para niños en Guatemala”, hasta nuestros días; haciendo un recorrido extenso por diferentes propuestas desde puntos de vista antropológicos, sociales y psicobiológicos.

    Cierra este estudio, la propuesta sustancial de ideas y soluciones novedosas y, particularmente, viables, encaminadas a apoyar el proceso identitario guatemalteco. Citando las palabras de la autora “seguir el rastro de las fuentes de la literatura infantil de Guatemala no sólo es necesario para conocer la historia de la misma, sino también para saber quiénes somos y para dónde vamos. Por otro lado, este desvelamiento debe provocarnos para que podamos ver de frente a ese otro que también hace parte de nuestra Historia para generar una cultura colectiva que conduzca a crear una literatura infantil guatemalteca multi(inter)pluri)cultural”.

    La seriedad de este trabajo y la evidente aplicación de herramientas teóricas adoptadas de la sociocrítica, la literatura comparada, la hermenéutica y la estética de la recepción dan cuenta de la profundidad analítica del mismo. Especialmente, confronta al lector de esta obra con aquella noción equivocada de que la literatura para niños es un riesgo perjudicial y peligroso. Lo reta a explorar los límites de un género serio e indispensable en la formación de personas capaces de conservar un niño o una niña en su esencia. Lo lleva a pensar, también, en el tortuoso camino entre un niño y un buen libro, interrumpido muchas veces, hasta por problemas burocráticos.

    El problema de la literatura para niños en Guatemala, entonces, no necesita textos eruditos, cargados de palabrería y oscuridades filosóficas. El problema de llevar a nuestros niños y jóvenes a sitios semejantes a la Barataria de Cervantes es suyo y mío. Y la toma de conciencia de este reto puede empezar con la lectura de Han de estar y estarán. Una obra que llena un vacío en nuestro medio. Una propuesta especializada con planteamientos y soluciones a la medida de nuestro gran desafío: enseñar a nuestros niños a recorrer mundos de imaginación para alcanzar, finalmente, un mundo de seres humanos integrales.

Nueva Guatemala de la Asunción, 1 de octubre de 2004

[1] Guatemalteca. Estudió traducción y Literatura Inglesa en Inglaterra (1979). Traductora Jurada (1993). Licenciada en Letras por la Universidad de San Carlos de Guatemala (1994). Obtuvo el grado de Maestría en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Rafael Landívar (2002). Ha publicado cuatro libros de Idioma Español y Literatura para niños (Editorial Norma) y un libro de cuentos Sin señal de perdón (Letra Negra, 2002). Ha publicado ensayo, crítica y cuentos en diversos periódicos y revistas centroamericanos. Sus cuentos se han publicado en los libros Desde la casa del cuento (1997) y la antología Mujeres que cuentan (2001). Ha dirigido talleres de creación en Guatemala, El Salvador, Honduras y Estados Unidos. Miembro del consejo editorial de la Revista La Ermita.