¡Muy buenos
días! Estoy muy emocionada de participar en una nueva FILGUA, en especial, en
una que está dedicada a Dante Liano, un escritor y amigo a quien admiro
sobremanera. En los tiempos que corren,
resulta esencial tomar conciencia de lo significativa que es esta nueva Feria
del Libro en Guatemala, en cuanto a su resistencia, a su tenacidad. Voy a leer unas notas que escribí releyendo a
Shakespeare, uno de mis sabios favoritos.
Esto se llama:
«¡El pasado es prólogo!»
El tema del
poder transporta de manera inmediata a la naturaleza de la condición humana,
porque florece en el fondo de la misma.
En estos días en los que tantos demuestran de las maneras más
pintorescas su deseo de gobernar en nuestro país, la literatura nos permite
recordar que este afán no es nuevo. Una
lectura de algunos dramas de Shakespeare, como Macbeth, Otelo, La tempestad
y, en particular, Ricardo III, da
cuenta de la fascinación que el poder y la política ejercen en los seres
humanos. La
puesta en escena –y en evidencia– de este infortunio clásico resulta una
preocupación central en la obra del dramaturgo inglés.
A lo largo
de los últimos cuatro siglos, su manera de abordar la cuestión del poder, la
política sanguinaria, la ambición desmedida y otras curiosas bondades humanas
ha fascinado a los lectores de todas las latitudes por igual. Sus dramas están
protagonizados por mujeres y hombres que dan cuenta de luchas intestinas,
sucesiones, traiciones, corrupción, abdicaciones, pactos, disidencias y
conjuras. Las formas de hacerse del
poder y gestionarlo conducen a las profundidades del alma humana en la
literatura, mero espejo de la realidad que la supera, y se debe a que el
dominio de los demás atrae, subyuga y provoca con la misma fuerza del deseo y
del instinto. Ese dictum lobuno, que
preocupaba tanto a Hobbes en su Leviathán y que nos iguala a los humanos más
con los lobos que con las ovejas. El poder resulta entonces una expresión
fundamental de la tragedia humana y un catalizador que extrae lo peor y mejor
de los seres humanos y, en la historia de la literatura, nadie como Shakespeare
para bucear por sus profundidades. Pone de manifiesto, para empezar, que las
vidas, haciendas, salud, paz, educación, cultura y bienestar de los súbditos o
conciudadanos, resultan cuestiones secundarias a la hora de ejercer la
autoridad absoluta, defender la libertad del poderoso, los intereses de unos
pocos y las fortunas y heredades tradicionales. Cuenta el Bardo en Ricardo III, que el monstruoso rey, el
sanguinario epítome de la corrupción más maquiavélica, no dudó en liquidar a
sus pequeños sobrinos, porque interferían en sus planes de potestad absoluta,
aunque sin dejar huella, como era de esperarse, gracias a sus obsequiosos
asesores y leguleyos. Expone también, en
Hamlet, cómo Claudio accedió al trono
por medio de un asesinato en contubernio con la esposa del rey exterminado; o
en La tempestad, cómo Próspero perdió
el poder señalado de preferir los libros a su tarea de gobernar y que, por su
previsión logra llevarse suficientes lecturas a su destierro. Libros que significaban para él más que un
reino. Es decir que el Cisne de Avon nos
dejó en la atemporalidad de sus dramas, una obra plena de matices sicológicos
que evidencian su conocimiento de los recovecos del corazón.
Pero, he
aquí otra curiosidad del poder. En su
contorsión infinita establece un diálogo sin fin entre quienes lo ejercen y los
que lo sufren. Entre los poderosos y Los de abajo, a decir de Azuela. Y en medio de esta interlocución, de cuando
en cuando, se da un suceso esperanzador.
Florece un personaje divergente, revolucionario, iluminado. Un Fuenteovejuna que, sin rostro, porque
tiene muchísimos, le hace frente a la adversidad, a la ilimitada ambición de
omnipotencia, a la imposición injustificada, a la corrupción, al absolutismo
despiadado y feroz. Un personaje colectivo cuya fuerza se centra en el deseo de
muchos, en la suma de incontables esfuerzos, en el trabajo de todos. Pero también germina de las semillas de
abandono, desgobierno, miseria, desesperanza y orfandad que unos pocos, en el
pleno deleite del poder, dejaron caer, sin pensar, sin prever, sin
proyectar. Un personaje tan real en la
literatura como en la vida. En el ancho
y ajeno mundo, como en nuestro país Guatemala.
En el siglo de nuestros padres, como en el nuestro. De esa manera, sin más armas que los libros,
sin más recursos que los personales, sin más afán que el bien común, sin más
aspiración que una república de lectores, una feria del libro, NUESTRA feria
del libro en Guatemala, se ha convertido en símbolo de la resistencia y la
tenacidad, en estandarte de esta lucha que es de todos, los que tenemos el
privilegio de leer y los que no. Sin
embargo, este hecho no es una casualidad.
Lo aceptemos o no, quienes ahora estamos en capacidad de reflexionar
sobre el futuro de nuestra sociedad somos herederos de la Revolución del 44, el
último conglomerado político con una filosofía social propia y heredada del
mismísimo Sarmientos. Muchos de nuestros
padres y abuelos fueron maestros y maestras que creyeron en la educación como
único medio para rescatar a nuestro país, que pusieron su fe plena en la
cultura letrada para alzar a todos los guatemaltecos por igual a un mismo nivel
de dignidad, que apostaron por el humanismo para liberar a la niñez y la
juventud ―a decir del doctor Juan José Arévalo― de «las trabas de la
ignorancia», para integrar los valores de la decencia, la honestidad, el
respeto y la honra a nuestra identidad nacional. Debemos recordar y honrar su lucha y su
legado, en esencia, reanudarlo, y así, hacer gala de la frase de Shakespeare,
en la primera escena del acto segundo de La
Tempestad: «el pasado es prólogo».
El poder se
enfurece contra el arte. El poder se
encarniza contra la niñez. Así como en el drama de Ricardo III, en Guatemala,
se les niegan a los niños sus derechos fundamentales a la vida, a la
supervivencia, al desarrollo, la salud, el recreo, la educación, a la
identidad… En el informe del Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo presentado en julio de 2022, la
dimensión de desarrollo humano en cuanto a educación y cultura presenta el
mayor retraso y desigualdad en nuestro país.
La literatura para niños, como muestra, no es comprendida ni considerada
con la dignidad que se merece, de forma intencional, de manera que se le niega
a la niñez guatemalteca una literatura de calidad, con valores estéticos
propios, la cual es norma en muchos países con conciencia de la importancia de
la formación de los ciudadanos más jóvenes.
Sin embargo, quiero creer que leer nos
salva. Que la literatura nos rescata de
la ignominia. Que el arte pone a nuestro
alcance una opción de luz; y la cultura, una alternativa de ética y
dignidad. Un 16 de octubre de 1944, el
doctor Arévalo se dirigió a los guatemaltecos a través de los micrófonos de la
radio TGW y resaltó, entre otras ideas, reflexiones oportunas para los tiempos
que corren: «la nueva Guatemala debe consolidarse con precedentes de gran valor
cívico. Las elecciones que se avecinan
deben ser una nueva demostración de nuestro civismo y de nuestro sentido de
responsabilidad. Las bajas pasiones, los
resentimientos, las intransigencias no deben ya producirse. La voluntad popular, expresada por mayoría y
en comicios libres, dará fin a esta crisis política y devolverá la paz a los
hogares y la seguridad a los trabajadores de todos los órdenes.».
Si
regresamos a Shakespeare, cuya lectura recomiendo a todos, políticos o no,
encontraremos aristas inesperadas del carácter humano. Retratos de nosotros mismos y de quienes nos
gobiernan: meros «átomos de egoísmo», como nos calificaba Hobbes. Hallaremos además algunas pistas sobre el
poder en su real condición, porque en eso se especializó el Bardo, en observar
con detenimiento el lado oscuro de la condición humana para luego reflejar a
todas luces sus más insospechadas manifestaciones. Como en Hamlet, en donde se anuncia y se
advierte la posibilidad del ataque contra el poder pervertido y en donde, si intentamos
ver el propio reflejo, encontraremos nuestra verdadera disyuntiva: ¿vamos a
atrevernos a ser una auténtica democracia o seguiremos dando cruentas y
heroicas batallas ad infinitum en este remedo de país, por la vía de las redes
sociales? Esos desvíos traicioneros
procurados como gangas por el sistema de consumo para aplacar conciencias
aletargadas y para desvirtuar nuestro dilema real, nuestra cuestión existencial
y hamletiana, ser o no ser. En la obra
shakespereana no se aborda el poder desde la moral o desde la ética, sino tal
como es y como opera. Se ofrece un
retrato desencarnado y terrible del poder ejercido desde la impunidad, la
estulticia y el exceso absolutos. Mas
también, se manifiestan las muchas reacciones de los espíritus necios al
saberse despojados de sus privilegios.
De similar manera a como sucede en la actualidad, en la vida real y en
el teatro, se observa el ascenso vertiginoso de personajes amorales que tarde o
temprano caen víctimas de sus propios devaneos. Reyes, príncipes, –o principitos
y reyezuelos– que, por ejemplo, en las horas adversas, derrotados por la vida y
derruidos sus castillos de barajas, abandonados por sus más caros amigos,
pugnan por sus resguardos y garantías y gritan a campo abierto en su cobarde
retirada: «¡Un caballo! ¡Un
caballo! ¡Mi reino por un caballo!»
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