Un poco de historia…
Sin embargo, la implementación de estas iniciativas en nuestro contexto, tropiezan todavía en pleno siglo XXI, con problemas como el alto índice de “Analfabetismo”[1], talón de Aquiles para un desenvolvimiento positivo en materia educativa y en asuntos sociales, económicos y culturales en general. Este dato es mostrado con mucho detalle en las estadísticas actuales, donde se observa que Guatemala continua contando con una de las tasas más altas de analfabetismo a nivel mundial y Latinoamericano principalmente. Por ese motivo, el tema de la alfabetización reiteradamente ha sido uno de los principales temas y prioridades de la agenda nacional a estar siempre en la mesa de discusión. A este le sigue, en importancia, el tema de la capacitación del maestro. Aquí se discute la forma para proveerlo, actualizarlo y reforzarlo con las nuevas técnicas psicopedagógicas y tecnológicas que le sirvan de base para integrar el curriculum y poder cambiar el concepto de una educación de informadores para una educación de “formadores”.
Hoy día la situación se vuelve más compleja debido a otros problemas más urgentes que solicitan respuestas y acciones inmediatas. Nos referimos más concretamente a los focos de hambruna que han afectado la zona nororiental del país y las secuelas del huracán Stan ocurrido en octubre de 2005 y que en relación a la educación devastó mucha de su infraestructura, la cual tampoco ha sido rehabilitada cien por ciento. Estos hechos que durante algún tiempo ocuparon la atención de todos los sectores, fueran estos gubernamentales o no y a cinco años de haber sucedido siguen siendo tema de discusión. Se destacan estos sucesos debido a que afectan grandemente al sistema educativo en el sentido de que si los niños no tienen una buena alimentación y un entorno estable, no adquieren las condiciones necesarias para recibir los conocimientos y aprendizajes que en la escuela pudiera recibir.
Este estado de cosas, también se reflejó en el tratamiento dado al tema de Educación en los Acuerdos de Paz Firme y Duradera[2], el cual corresponde al firmado en la ciudad de México, Distrito Federal, el 6 de mayo de 1996 titulado “Acuerdo sobre aspectos socioeconómicos y situación agraria” Capítulo II “Desarrollo Social”, item A. Educación y capacitación, número 21. En este se observa que a más de diez años del inicio del proceso mismo y del fortalecimiento de la institucionalización de la democracia el monto de la asignación presupuestaria destinado a esta cartera corresponde hoy aproximadamente al 2.5% del PIB nacional. Situación que no sólo constituye uno de los menores porcentajes destinados al gasto social como también representa un coste muy alto para el país.
Finalmente, el hecho de que estos temas estén en la mesa de discusión no quiere decir que se hayan logrado avances significativos reales ni resultados positivos de gran alcance en las últimas décadas. El sistema educativo guatemalteco aún adolece de estos y de otras muchas carencias y poca voluntad política tanto de parte de los actores institucionales (gubernamentales, no gubernamentales y la academia) como de los protagonistas sociales maestros, alumnos y padres de familia para encontrar soluciones viables.
Yendo al punto que interesa en este artículo: lectura y literatura infantil, para cuyo desarrollo y sistematización se hace indispensable un proceso eficaz de alfabetización, porque es lo que contribuye, en gran parte, al desarrollo y fortalecimiento de los hábitos y creación de espacios de lectoescritura. Y, por otro lado, también se ha ce necesario el fortalecimiento de medidas para continuar con los proyectos de posalfabetización que podrían consolidar las prácticas de lectura y su consecuente fomento.
Es obvio que un resultado positivo de estas campañas arrastraría consigo un gran número de lectores potenciales, aparecerían escritores de literatura infantil y, consecuentemente, habría un aumento de la producción editorial para cubrir la demanda de ese público lector emergente que ha sido dotado de las herramientas básicas para realizar la tarea. Otras medidas se traducirían en la (re)implementación de bibliotecas públicas y escolares, otros espacios alternativos para las prácticas y fomento de la lectura, estímulo para la producción y divulgación literaria de autores nacionales, así como el incentivo para las editoriales[3].
En
También, los programas universitarios que se han convertido en receptáculos de literatura oral de los diferentes pueblos que conforman la nación guatemalteca –maya, xinca, garífuna y ladino– como el Centro de Estudios Folclóricos –CEFOL de
En relación a los programas gubernamentales el tema del fortalecimiento de la alfabetización y prácticas de lectura y escritura fue tratado en el periodo del Licenciado Alfonso Portillo (2000-2004) con la puesta en marcha de las “Bibliotecas presidenciales para la paz” como un plan de postalfabetización para difundir las prácticas de lectura y dar a conocer la literatura de autores nacionales. Este consistió básicamente en la edición de libros guatemaltecos distribuyéndose 20,000 bibliotecas en todo el país así como la edición de textos en 18 idiomas mayas.
Durante el segundo año de gobierno de la administración del Presidente Licenciado Berger Perdomo (2004-2008), la ministra de Educación Licenciada María del Carmen Aceña de Fuentes puso en marcha varios programas en relación a las prácticas de lectura que sustentan uno de los pilares de su programa educativo nacional. Entre ellos destacan “Salvemos primer grado”, “Alfabetización” “Digebi” “ABC” “Carrera de Lectura”, “Sueños de jóvenes por la paz”, “Caja maravillosa”, “Todos a leer” e “Ilimita”[4], cuyo objetivo general es el de elevar la capacidad de los docentes, dicentes y otros miembros de la comunidad en materia educativa. De estos, el de Ilimita originó la creación de las “Políticas Públicas del Libro,
La lectura, y su consecuente estímulo y fomento, constituye uno de los temas de mayor actualidad en el mundo del siglo XXI, que se unen a dos factores muy importantes: primero, el acelerado desenvolvimiento de la tecnología y la proliferación de informaciones diversas y múltiples; segundo, por la importancia que han cobrado en los medios educativos a nivel mundial el incentivo de la literatura y de los libros infanto-juveniles, tanto dentro como fuera del contexto escolar, como una forma de ofrecer la posibilidad de ensanchar los horizontes de expectativas de los pequeños lectores, especialmente, y también para crear las condiciones ideales que les permitan comunicar tanto sus experiencias personales como las colectivas e inserirse en procesos ciudadanos más amplios.
Esta última afirmación se ve reforzada en la medida que observamos que el concepto del aprendizaje y la práctica de lectura ya no están más vinculadas a la simple decodificación del código escrito, ni a la simple búsqueda de correspondencia directa entre fonemas y grafemas, ni a la repetición sin comprensión, sino que lo está a un proceso que va más allá de todo esto. Leer es comprender, construir significados, no extraer, pues aunque sabemos que el autor nos propone un significado en el texto, existen otras muchas posibilidades de interpretación.
Asimismo, hay que resaltar, antes de continuar, el aspecto lingüístico que va interrelacionado a este ejercicio de lector. La práctica del lenguaje, desde que nacemos y a lo largo de toda nuestra vida, en las distintas actividades que realizamos como hablar, pensar, danzar, pintar, leer, escribir, etcétera o para expresar pensamientos, recordar, soñar, dialogar ha sido fundamental para nuestro desarrollo psicobiológico. Es una práctica cultural que con el uso constante ha perfeccionado sus mecanismos de comunicación e interrelación y, a su vez, ha tenido muchas implicaciones en la evolución de la historia de la humanidad. Esa práctica nos ha dado recursos para (re)inventar no solamente lo real, sino también el imaginario y la ficción en todas las formaciones culturales posibles, modificándose en su dinámico trayecto la forma de transmisión y logrando, a la vez, desenvolver procesos muy complejos de describir y definir el mundo a través de su doble forma: hablar/escuchar y leer/escribir.
En este contexto, pues, se puede decir que la palabra en sí misma ha adquirido una gran importancia, ya que, nuestro mundo, nuestra vida giran a su alrededor. A través de ella conocemos otra forma de aprehender y percibir la realidad que nos rodea, de ordenar la información que recogemos, de conservarla y difundirla. Su ejercicio constante en distintas esferas nos lleva a crear estructuras de pensamiento, complejos mecanismos y competencias mentales, a ser reflexivos y comunicativos. Nos ha brindado un soporte instrumental que nos ayuda, en última instancia, a situarnos en el mundo y poder ver el lugar que uno mismo y el otro ocupamos en él.
Por aparte, la adquisición del lenguaje, que se traduce en el díptico hablar/escuchar, es un proceso natural, lento, que se obtiene juntamente con el crecimiento psicomotriz del ser humano, mientras que el leer/escribir es una práctica artificial e impuesta, tan milenaria como nueva según el lente con el que se la mire y según el ámbito sociocultural donde se desarrolle. Pero, al mismo tiempo, tampoco es una práctica simple. Su difusión y fijación ha implicado un proceso de tecnificación que ha durado más de diez siglos y ha variado de acuerdo a normas y valores establecidos.
Sabemos que el dominio de estas destrezas durante mucho tiempo, por ejemplo, fueron privilegio de unos pocos y es hasta el siglo XIX cuando gracias a la instauración de un nuevo orden socioeconómico mundial se popularizan y masifican a través de la obligación del Estado de proporcionar educación gratuita a los ciudadanos, extendiéndose hacia la siguiente centuria con más fuerza, volviéndose así, una práctica imprescindible para cualquier actividad humana. De hecho, convertirse en “lector” y dominar el lenguaje no es ninguna extravagancia, es una necesidad elemental. La lectura, la escritura, los libros y la literatura son patrimonio de todos y representan la mejor coyuntura democrática, política y cultural en la sociedad de hoy para su desenvolvimiento, calidad de vida y combate de la pobreza.
Literatura infanto-juvenil
Como podemos inferir del item anterior, la práctica de la lectura requiere de operaciones complejas para llevarla a cabo. Por eso, en lo que nos concierne al campo de la literatura en general y de la literatura infantil en particular, fomentar su experiencia enriquecerá aún más el dialogo entre nosotros mismos.
De esa cuenta, agregamos que el “acto de leer” en sí, y todavía leer libros de literatura, dentro de nuestra sociedad se añade como un hecho raro al saco de lo “Otro”. Es decir, a aquel recipiente donde va todo aquello que nos es diferente, diverso, empezando por la multi/pluri/interculturalidad que nos define, por ejemplo, a los guatemaltecos, y siguiendo, después, por las diferencias físicas y emocionales que nos distinguen a cada uno.
En nuestro medio, leer libros de literatura, especialmente, no conlleva solamente la meta de crear un contacto afectivo con los objetos llamados libros, sino también el desarrollo de habilidades psicomotrices, así como del alargamiento del imaginario, la creatividad, la imaginación y la fantasía en los potenciales lectores, sean estos niños, jóvenes o adultos. Asimismo, la lectura de libros de literatura funciona como píldoras contra el olvido. Nos ayuda a cimentar nuestra memoria histórica y personal, lo que a su vez, nos da una luz sobre el sentido de la vida y nos sirve también, como medio, para construir un nuevo espacio de actuación social.
En relación a
La literatura infantil como género posee criterios sobre la estructuración de lo literario, el aspecto connotativo del relato y de relación en los niveles de vocabulario y sintaxis. Aspectos estéticos que no son diferentes a los de toda Literatura. A través de ella el niño infiere la cultura y la historia de su pueblo y al tener la característica de presentarles el mundo por medio del estímulo que ejerce sobre su imaginario a través del lenguaje escrito y oral le otorgan la posibilidad de sumergirse en otras realidades que van más allá de sus experiencias cotidianas y rutinarias, al mismo tiempo que les muestra otras tantas caras del mundo.
Por otro lado, la literatura infantil sirve también de apoyo para que el niño por los diversos estímulos lingüísticos, que el lenguaje genera a través de las diversas formas estéticas representadas en la poesía, cuento, canciones de cuna, rondas, trabalenguas, adivinanzas y otros más, produzcan sus propias representaciones de mundo, ayudándole, asimismo, en la formación de símbolos y en la construcción de su propio sistema de conocimientos lingüísticos. En otras palabras, de un modo más amplio, hay que hacer que el encuentro con los libros sea para los niños (y adultos) una experiencia única y gratificante e ir acostumbrándolos a adquirir una relación personal, más afectiva, con ellos.
Lo anterior apunta al hecho de que hay diversas maneras de abordar un texto que van desde los propios conocimientos previos, la intencionalidad, la afectividad, la historia personal, hasta la búsqueda de determinada información que proporcione al lector placer, satisfacción, conocimientos, o simplemente le otorgue argumentos con los cuales pueda abordar, criticar, rebatir, analizar, contestar, argumentar consigo mismo y con los otros. Es decir, en la lectura se establece un diálogo entre texto y lector que posibilita al sujeto desarrollar la capacidad de desvelar y abrirse hacia nuevas perspectivas que le dan la oportunidad de tomar posiciones críticas delante de la realidad que le rodea, que además permiten una articulación con sus experiencias individuales e intelectuales, así como con los otros.
Para que la formación de ese lector sea positiva es necesario que se creen las condiciones para ello. Es decir, el lector en potencia debe tener la oportunidad de una mediación adecuada, respetuosa e incluyente que le permita no sólo tener acceso a diversos materiales escritos de lectura sino también hacer de su uso una situación natural y cotidiana.
[1] Según estadísticas reveladas en 2005, solo el 1% de los guatemaltecos tiene el hábito de la lectura permanente y 850,000 personas se suman cada año a las filas del analfabetismo.
[2] En el cumplimiento de los Acuerdos, en algunos casos, no se ha avanzado casi nada o nada, y en otros el proceso está muy lento. Los incisos descritos abajo que corresponden a la cobertura del sistema educativo de este acuerdo e ilustran bien esta situación mostrando como al año 2006 todavía estas metas no han sido alcanzadas:
i. La incorporación de la población de edad escolar al sistema educativo, procurando que completen los ciclos de preprimaria, primaria y el primer ciclo de secundaria; en particular, el Gobierno se compromete a facilitar el acceso de toda la población entre 7-12 años de edad, a por lo menos tres años de escolaridad, antes del año 2000.
ii. Programas de alfabetización en todos los idiomas que sean técnicamente posibles, con la participación de organizaciones indígenas capacitadas para este objetivo; el Gobierno se compromete a ampliar el porcentaje de alfabetismo a un 70% para el año 2000.
[3] A pesar de que “virtualmente” esto dio inicio en 1989 con la creación del Consejo Nacional del Libro por Decreto Ley del Congreso de
[4] El Plan Iberoamericano de Lectura -ILIMITA-2005, es un compromiso de los países de la región que suscribieron los acuerdos de
ILÍMITA es un Programa Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica que compromete a todos los sectores de la sociedad para que en la región se emprendan o se continúen acciones inmediatas y con proyección a largo plazo a favor de la lectura.
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