Algunas publicaciones para público infantil y juvenil, adaptadas en el Popol Vuh:
Narrativa y Teatro:
Algunas publicaciones para público infantil y juvenil, adaptadas en el Popol Vuh:
Narrativa y Teatro:
El Popol Vuh en la historia de la LIJ de Guatemala
Frieda Liliana Morales Barco
Una de las vertientes la de
la tradición indígena maya que ha influido en la LIJ de Guatemala proviene del el
Popol Vuh, libro sagrado de los maya-k’iche´,
el cual se cree que fue redactado por medio de un sistema de dibujos y jeroglíficos,
desconociéndose hoy día el texto original, que tal vez fue destruído por los
españoles al inicio de la conquista. Fue transcrito al alfabeto latino entre
1554-1558, por tres Nima Chokoj k’iche’, madres
de la palabra, padres de la palabra, cada uno provenientes de la casa de
los Kaweq, Nija’ibí y Ajaw K’icheí. (Colop, 2002). El texto fue descubierto en
la casa conventual de la iglesia mayor de Chichicastenango. Allí fue copiado y
traducido al español por fray Francisco Ximénez, de la orden de Santo Domingo
entre 1701-1703. Actualmente este manuscrito se conserva en
Los trabajos del
Padre Ximénez permanecieron olvidados en el archivo del Convento de Santo
Domingo, de donde pasaron en
Un año despúes, el abate Charles Etienne de
Brasseaur de Bourbourg adquirió también una copia del mismo fonetizándolo y
traduciéndolo al francés con el título de Popol
Vuh. Le livre Sacré et les mythes de
l’antiquité américaine, editado en Paris en 1861, y con este nombre pasa a
ser conocido mundialmente. Después fue traducido al castellano y publicado en
la revista pedagógica El Educacionista,
(Guatemala 1894-1895).
El Popol Vuh fue susceptible de una segunda versión gracias al profesor Georges Raynaud, quien la publicó en Paris en 1925 y la trasladó al español dos años después con la colaboración de Miguel Ángel Asturias y J. M. González de Mendoza bajo el título de Los dioses, los héroes y los hombres de Guatemala antigua o Libro del Consejo
Otras versiones del Popol Vuh aparecieron entre 1905 y 1925 en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos y son las que han servido de base para muchos estudios sobre la cultura maya en la actualidad. También ha sido aprovechado por algunos autores para la composición de cuentos y narraciones para niños, tales como la recreada por el escritor argentino Arturo Capdevilla, la del escritor yucateco Ermilio Abreu Gómez, la de la Colección alemana de Walter Krickeberg, y los Tales from Silver Lands, de Charles Finger. (Recinos, s.f.). Recientemente, fue publicada una adaptación hecha por Eduardo Galeano sobre los poderes de transfiguración que posee, titulada Las aventuras de los jóvenes dioses, también una versión del escritor guatemalteco Sam Colop (2006) y otra por el ilustrador cubano nicaragüense, Nivio Vigil.
En Guatemala, la influencia del Popol-Vuh en textos infantiles propiamente dichos aparece por
primera vez en la pieza de teatro titulada El
señor Vucub Caquix: pasaje del Popol
Buj adaptado a la escena escolar, escrita por el dramaturgo Manuel Galich
para ser representada por estudiantes en
Esta influencia también se hizo sentir en la Revista Infantil Alegría (1946-1968). En las ediciones de 1949 en adelante se abre una sección histórica a cargo del historiador Daniel Contreras en la cual se comenzaron a publicar textos como:
Luego, en 1950 en esta misma revista se publica una adaptación en tira cómica con el nombre de La creación del mundo, según el Popol Vuh, realizada por Hugo Cerezo Dardón y Daniel Contreras Reinoso e ilustrada por el artista plástico guatemalteco Oscar González Goyri. También Oscar de León Palacios escribe unas adaptaciones libres de algunos cuentos en sus libros de lectura Perucho, libro de lectura para segundo grado y Rosita, libro de lectura para tercer grado de primaria (1958). Durante la década de 1960 Adrián Ramírez Flores (1962), Mario Álvarez Vásquez (1964), Wilfredo Valenzuela (1963), Ermilio Abreu González (1967) y Rubén Villagrán Paúl (1969) adoptan el libro maya como fuente para escribir sus libros para niños.
Daniel Armas (1952) dice respecto del Popol Vuh" que “es manantial de la leyenda indígena, y largo
sería enumerar las que el autor ha conocido a través de sus viajes por diversas
regiones del territorio nacional. Útil labor sería la de coleccionarlas y
ofrecerlas impresas a la escuela como un tesoro de nuestra tradición. (p.
25). Su uso en la escuela, sin embargo, se limita a su valor educativo en
cuanto pasa valores filosófico-morales a los pequeños lectores. Lo ve como
material adicional de formación integral.
Villagrán Paúl (1954), por su parte, defiende que para
que pueda existir una literatura infantil de Guatemala es necesario que se
estimule su creación con elementos propios de la región y de la comunidad, con
aquellos que forman parte de la tradición íntima del país. Por tal motivo, añade
que el Popol Vuh, el Libro del Consejo,
puede ser venero generoso de formas literarias para la infancia (p. 147),
además de los otros elementos como la idiosincrasia del pueblo guatemalteco, su
flora y fauna.
Como se puede observar, este método se atiene tan solamente a cumplir con los requisitos psicopedagógicos. Ahora bien, en cuanto a los aspectos ideológicos se refiere, su método se adhiere, tal vez de forma inconsciente, al proceso de ladinización que prácticamente desde 1871 había emprendido la hegemonía ladina o mestiza. Lo anterior se hace evidente desde el primer postulado, el de la castellanización, luego se afirma más al decir que las ilustraciones fueron estilizadas. Con esta acción crea un distanciamiento con la realidad concreta y establece un estado de admiración. Es como decir algo así como que los indígenas en nuestro país son objetos decorativos. Pero el hecho es otro, son individuos reales que hacen parte de la sociedad. Al proceder de este modo, queda manifiesto que la literatura infantil de Guatemala es para unos pocos, para los que hablan español y se comportan como ladinos.
El libro de Valenzuela, por ejemplo, fue producido por
los Talleres de Poesía en 1968. En ese mismo año fue objeto de otra publicación
por parte de
Durante los años 90 el Popol Vuh vuelve a estar a la orden del día. Lionel Méndez D’Ávila
escribe Historias de nahuales y despojos,
relatos quichés para jóvenes de una época infame (1990), con el que ganó en
Cuba el premio Casa de las Américas. En la isla fue hecho un pequeño tiraje del
libro y más tarde, en Panamá, se hizo una edición limitada e ilustrada por el
propio Méndez D´Ávila. Sin embargo, en Guatemala solamente circuló entre amigos
en forma de fotocopia, y eso, a pesar de que en aquella fecha Guatemala estaba
experimentando un momento histórico muy importante, el del comienzo de las
conversaciones entre guerrilla y gobierno para el cese al fuego. Sólo ahora
entrados en el tercer milenio, la editorial Piedra Santa tiene el proyecto de
publicarla.
En este libro, Méndez D´Ávila hace una propuesta de
identidad guatemalteca que parte de un movimiento que va de lo total a lo
particular, como en un efecto de zoom.
Primero hace la presentación de los nahuales
que pueblan el continente americano (bufálo, águila, cóndor, caimán, Gucumatz),
para luego centrarse en Centroamérica, después en Guatemala y, por último, más específicamente
en el Quiché. Toda vez hecho esto, describe el origen, las costumbres y
tradiciones de su pueblo. En la segunda parte del libro habla de la llegada de
los españoles y del cumplimiento de las profecías de las que hablaba el Popol Vuh. En el tercer segmento del
libro, Méndez D´Ávila a través de la figura de los gemelos Hunajpú e Ixbalanqué
fusiona los dos mundos (indígenas-españoles) para crear uno sólo, el de los
guatemaltecos. Unidos todos de esa forma será más fácil luchar contra el nuevo
nahual, el águila de dos cabezas, que representa al imperialismo yankee.
En sí, este libro puede ser tomado como una nueva versión
del Popol Vuh escrita por un mestizo,
en el sentido de que en él Méndez D´Ávila reescribe la historia de Guatemala.
En 1991 el Ministerio de Educación autoriza la publicación de una colección denominada El Popol Vuh al alcance de los niños, consistente en una serie de libros que contienen cada uno un relato del Popol Vuh en forma de verso. Las versiones fueron hechas por el escritor y poeta José Luis Villatoro.
En 1994, con el auspicio del Ministerio de Gobernación, a través del Programa educativo sobre cultura democrática y derechos humanos, Franco Sandoval escribe una versión más de este libro maya-quiché titulada Popol Vuh, versión transparente, con el propósito de difundir la cultura como una forma de reconstruir el país.
La última versión hecha del libro sagrado que se conoce fue la realizada por el poeta y narrador Francisco Morales Santos (1995) titulada Popol Vuh para niños. Morales Santos recuenta la historia de los maya-quichés con un lenguaje sencillo y claro haciendo la narración del mismo bastante comprensible para el lector infantil. En la actualidad, el libro se encuentra en su quinta reedición.
Durante las dos primeras décadas del siglo
XXI, el Popol Vuh ha sido objeto de
adaptaciones para el público infantil y juvenil, como, por ejemplo, la
colección del Popol Vuh de la editorial Piedra Santa; versiones en idiomas
mayas; la colección de minilibros de Diario Al Día; Estampas del Popol Vuh, versión libre para niños de Francisco
Morales Santos; Popol Vuh adaptado
por Guadalupe Vázquez (México). En síntesis,
podemos decir que el Popol Vuh desde
Sin embargo, todos los caminos trazados hasta ahora con este libro han sido delineados e interpretados, en su mayoría, por la hegemonía ladina para intentar definir su identidad. Mientras que los indígenas lo han tomado, junto con el calendario sagrado maya, como los referentes aglutinadores que son la base de su mayanidad. Este es un movimiento identitario que arranca de fines de los sesenta e inicios de los setenta. (...) Es una idea que se convierte en el argumento necesario que satisface el reencuentro actual con ese pasado grandioso y que, a la vez, permite impugnar el presente y construir la hipótesis de un porvenir en el cual se puedan ejercer los derechos negados (Moya, 1997).
[1] Revista Infantil Alegría. n. 10-11, año IV de
[2] Revista Infantil Alegría. n. 10-11, año IV de
[3] Revista Infantil Alegría. n. 13, año IV, VI de
[4] Revista Infantil Alegría. n. 10-11, año IV de
[5] Revista Infantil Alegría. n. 14-15, año V, VI de
[6] Revista Infantil Alegría. No. 16. Año VI, VII de
Referencias bibliográficas
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He aquí un fragmento de la primera Ley de Propiedad Intelectual hecha en Guatemala durante el periodo del presidente, general Justo Rufino Barrios (1872- 1882).
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Con este anuncio se promovía la venta de libros de "lujo" en Guatemala en 1946.
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Este es uno los rarísimos relatos de recepción de obras juveniles escrito por un lector guatemalteco.
*****
Julio Verne
Para
Alberto Velásquez.
En casa teníamos un gran tomo de Julio Verne, todo descuadernado y con las pastas a medio arrancar. Tendría yo cuatro o cinco años y miraba a mis hermanos mayores enfrascados en la lectura de aquel libro, cuyo interés solo alcanzaba a sospechar.
Y una buena tarde, cuando mis
hermanos se fueron al colegio, me apoderé del grueso volumen que apenas podían
sostener mis brazos y tendido en el suelo me puse a hojearlo… ¡Estampas, muchas
estampas! Mirando aquellas figuras extraordinarias que me sugerían los
pensamientos más inverosímiles pasé largas horas, hasta quedarme dormido. Cuando
desperté ya uno de mis hermanos estaba inclinado sobre las páginas alucinantes.
Fue esa la primera vez que tuve ante
mis ojos un libro del novelista de los niños.
Luego, cuando supe leer, pronto me
encargué de descifrar las leyendas impresas al pie de cada estampa. De tal
manera forjaba yo historias inconexas y absurdas, enlazando las escenas y
relacionando los personajes de muchos relatos distintos. Alguien de casa me
aleccionó sobre la manera de leer aquellas páginas tupidas de caracteres menuditos.
Tarea superiorísima a mis fuerzas me pareció en el primer momento aquella de
tragarme el enorme volumen; lo abandoné, so bien dentro mi existía el afán de
saber qué cosas se decía de aquellos personajes que volaban en un globo
arrebatado por los vientos; de aquellos marinos abandonados en una balsa
destrozada a merced de las olas; de aquellos caminantes desmedrados que andaban
a través de selvas impenetrantes y de llanos inmensos; de aquellas figuras
fantásticas, todas cubiertas de pieles colocadas en un escenario de hielo.
Y más tarde, de nuevo tomé el libro
entre mis manos y me dispuse a leer como antes viera hacerlo a mis hermanos.
Con las almohadas del lecho de mi
madre improvisé un diván sobre el suelo; allí busqué grato acomodo y ataqué la
primera página:
“La Isla Misteriosa”.
¡Ah
maravilla! Qué horizontes espléndidos se abrieron ante los ojos de mi espíritu
hecho hasta entonces a las imágenes familiares y a no traspasar el radio de la
vida cuotidiana, con sus inocentes travesuras, sus regaños, sus tirones de
orejas, sus paseos por lugares de obra conocidos y sus caramelos y sus sueños
vagos.
Aquella novela encantadora que hoy
podría relatar capítulo por capítulo, de tal manera se me grabó, no solo en la
memoria sino en el corazón, fue para mí la reveladora de mundos nuevos,
cautivantes y raros. Entré en la intimidad de hombres que mi imaginación
infantil revestía de caracteres de semidioses: Ciro Smith, Buenaventura
Pencroffñ Gedeón Spillet ¡y el Capitán Nemo!, que luego volví a encontrar,
cuatro años más tarde, ya hecho un mozalbete tuve en mis manos las “Veinte mil
leguas en viaje submarino”, relacionadas con “los sobrinos del Capitán Grant”,
obra reputada como la más bella de julio Verne.
En aquel tomo de mis primeros años
estaban reunidas muchas novelas además de “La isla misteriosa” y de “Los
sobrinos del Capitán Grant”. Estaba “Los ingleses en el polo norte”, “Una
invernada entre los hielos”, “El naufragio de Cintya” y algunos más. Toda las
leí yo con la misma avidez y en todas encontré infinitos caudales de emoción.
Como todos los pequeños lectores de
Verne, el inefable, yo soñé en noches desveladas ser uno de los héroes de
aquellas aventuras. Yo quise ser el náufrago abandonado en una isla desierta;
ser el explorador de las regiones árticas; ser el viajero que en busca de un
ser querido recorre medio mundo pasando por los lances más peligrosos y
extraordinarios.
En casa –casa antigua– había un
sitio al fondo, todo lleno de árboles. Aquel sitio fue para mí el islote
perdido en el océano, la selva africana poblada de fieras, el desierto de sol
abrumador y fatiga mortal; el Polo y hasta el mar… Encogido sobre un trozo de
tabla, navegaba sobre los sembrados agitando los tallos con mis manos para
fingirme la ilusión de estar en medio de las embravecidas olas.
Cuántas veces, armado de una estaca
luché durante más de una hora, sudoroso y derrengado contra un mamón de plátano
que era ante mis ojos fascinados un enorme oso polar. Golpeaba yo a la pobre
planta con frenético ardor y hundía la punta de la estaca dentro la blanda
pulpa.
Mi madre ponía fin a la reyerta,
riñéndome por aquel proceder que ella atribuía a mi espíritu destructor y acaso
sanguinario heredado quien sabe de qué abuelo español conquistador o negrero…
Y siguieron corriendo los años y
cayendo en mis manos nuevos libros de Julio Verne. ¡Cuántos he leído, Dios mío,
y cuantos me faltan por leer! Hace muy poco luego de acudir ilusionado como un
pequeñín a verla película de “Miguel Strogoff”, esa obra que acaba de ser
también llevada al teatro con un aparato deslumbrante, releí los capítulos que
relatan la aventura del correo del Zar, el hombre del corazón de oro. Viví un
par de días mi edad infantil. y entonces, más que el relato mismo, me llenó de
emoción el recuerdo de mis primeras novelas de Julio Verne, cuyos nombres tengo
constantemente en la memoria sin que puedan borrarlos de allí los de mis libros
de ahora: “Héctor Servadac”, “El Chancelor”, “El Castillo de los Cárpatos”,
“Cinco Semanas en Globo”, “Dos años de vacaciones”, “Los quinientos millones de
la princesa”, “Las tribulaciones de un chino en China”… y muchísimas más, cuyas
escenas recuerdo con placer un día y otro.
Si alguien me preguntara hoy ¿cuál es mi concepto el gran valer de los libros de Verne?, además del ya consagrado, de haber encantado las horas de millones de niños, diría con un famoso apologista del escritor francés: proclamo como el mayor valor de los libros de Julio Verne su virtud de haber despertado en nuestros corazones al héroe que todos llevamos dentro; el hombre del valor temerario y del nobilísimo espíritu, ese hombre que muere dentro de nosotros aniquilado por las exigencias de la vida real, pero cuyo recuerdo nos anima y también nos enorgullece durante toda la existencia.
La Enciclopedia Pulga era distribuida en Guatemala por "Almacén Mayolín" (8a calle 18-57, zona 1. Ciudad de Guatemala).