Frieda Liliana Morales Barco
Nuevo signo, nuevos tiempos
El año de 1968, es considerado un año simbólico, icónico, marcante en el mundo por las diversas manifestaciones socioculturales realizadas en muchos países, cuyas implicaciones históricas, políticas, socioeconómicas y culturales afectaron en muchos sentidos a la sociedad. Específicamente, para Guatemala, ese año fue una etapa convulsa y violenta, de mucha tensión, por el recrudecimiento a lo interno del país de la lucha armada entre las fuerzas militares y la guerrilla. En la Ciudad de Guatemala, como dijo Delia Quiñonez en una conferencia reciente en la Feria Internacional del Libro de la República Dominicana, el ambiente estuvo turbado por las “jornadas cívicas de marzo y abril en donde el movimiento estudiantil y principalmente el movimiento estudiantil de secundaria se oponían a ese momento de terror y corrupción y de falta de gobierno”. Había mucho temor, angustia e inseguridad, situación que influía también en la vida artística. Muchos escritores se habían ido al exilio después de los sucesos de 1954 y de los ocurridos en los años posteriores y que dejaron un gran vacío intelectual.
Ese vacío fue llenado más tarde con el surgimiento del Grupo Nuevo Signo integrado por Antonio Brañas (1920-1988), Julio Fausto Aguilera (1929), José Luis Villatoro (1932-1998), Francisco Morales Santos (1940), Delia Quiñonez (1946), Luis Alfredo Arango (1936-2001) y Roberto Obregón (1940-1970), para quienes, siguiendo las palabras de Delia Quiñónez, su surgimiento:
Fue un acto real que respondió al momento que vivíamos y que nos impulsó sin objetivos específicos, sin interés en convertirnos en grupo generacional. Sin embargo, el hecho de que todos hayamos construido una obra personal a lo largo de cinco décadas, nos sigue unificando en un solo propósito, un lenguaje estético de cara a la realidad social de nuestro país (FILRP, 2018).
Ellos fueron coherentes
con su tiempo. En su producción poética utilizaron “un léxico y una sintaxis extraídos de la comunicación cotidiana y en
fincar una síntesis entre lo imaginario y lo inmediato real, sin despreciar el
valor intrínseco de la palabra (Albízurez, 1993: 10). Era un lenguaje
coloquial que les permitía, entre otras cosas, llegar con más facilidad al
público lector. Era vital “expresar
pensamientos que fueran conocidos por otras personas, queríamos cambiar la
temática de la poesía que se escribía en ese momento. Necesitábamos profundizar
en la problemática que estaba atravesando el país, cuidar el lenguaje, darle
una calidad, nos unimos tratando de hacer autocrítica (Quiñonez, FILRP,
2018)”.
Además de eso, uno de los miembros del grupo, Francisco Morales Santos, se convirtió en una especie de guardián de la memoria poética al convertirse en un impulsor y editor de una serie de cuadernos escritos por poetas jóvenes y contemporáneos a su época bajo el sello Ediciones Nuevo Signo, y tal como lo indica Iván Barrera, los primeros libros editados fueron:
Nimayá, de Francisco Morales Santos; Barro pleno, de Delia Quiñónez;
Transportes y mudanzas, de Antonio Brañas; Pedro a secas, de José Luis
Villatoro; Guatemala y otros poemas, de Julio Fausto Aguilera; Canción de los
dos caminos, de Ligia Bernal de Samayoa; y, Arpa sin ángel, de Luis Alfredo
Arango (El Imparcial, 2 de diciembre
de 1968: 13).
Y, En palabras de Morales Santos:
A decir verdad, no estábamos pensando propiamente en un grupo, sino en encontrar un canal, una salida para expresar nuestra poesía, ya que el acceso al círculo cultural de entonces se nos obstaculizaba tremendamente. ¿Cómo resolverlo? –Pensé–, y se me ocurrió la idea de imprimir en el mimeógrafo de Bellas Artes. La meta era divulgar poesía, buena poesía sin restricciones generacionales”. Entre 1968 y 1970 publicaron más de 10 plaquettes y el libro colectivo Las plumas de la serpiente (Esquisses, 2017).
Asimismo, Barrera agrega, al respecto de los colectivos o grupos literarios que:
No hay en Guatemala conciencia de un movimiento, sino un aislacionismo crónico difícil de superar. Hace falta el espíritu de aventura, de exploración que caracteriza a los movimientos contemporáneos en la literatura. Por ello merece simpatía que se muestre la poesía, que llegue a quienes deben leerla, y se pueda percibir más tarde el estímulo necesario, por medio de la crítica, de la valoración y no de la adulación, ni del elogio gratuito (El Imparcial, 2 de diciembre de 1968: 13).
Por esa razón, no fue
quedarse solamente con las obras escritas y publicadas, fue ir más allá. Por
eso, también, iniciaron las jornadas de lectura en voz alta que realizaban en
hospitales, cárceles, hospicios, escuelas y en todos aquellos espacios donde
quisieran oírles. Sin embargo, esta actividad cesó por la muerte trágica de
Obregón, pero no significó que cada uno dejara de escribir, lo hicieron con más
ahínco. Esto lo reafirma Delia Quiñónez al decir:
Fuimos y seguimos siendo siete, número cabalístico que enlaza días, colores, alegrías, trabajo, amistad, tristeza, lucha interior, canciones y batallas con o sin recompensas, vida y muerte. Y seguimos deambulando unidos e independientes amarrados al tiempo y despidiéndonos de él sin rencores y con una sonrisa (FILRP, 2018).
Y seguirán siéndolo, en lo individual y en lo colectivo. Siete por
siempre. Porque, como lo expresó Julio Fausto Aguilera, en 1971, la aparición
del colectivo la definió como “Esta es la
palabra que apenas que apenas empieza a escucharse, somos la voz del presente y
del futuro y tenemos la música que suena en los grandes silencios del pasado”.
Esas voces siguen aún retumbando en oídos nuevos y no sólo de jóvenes o
adultos. También resuenan en los de los niños guatemaltecos por medio de las
palabras que susurran a sus oídos voces como la de Delia Quiñónez, Francisco
Morales Santos, José Luis Villatoro y Luis Alfredo Arango y, para quienes el
silencio aún es lejano.
La literatura infantil y juvenil y los poetas de Nuevo Signo
“Los niños son el futuro”. Una frase que da mucho que pensar cuando un
artista crea para ellos, específicamente. ¿Qué es escribir para la infancia?
Una pregunta para algunos fácil de responder, para otros no. Es algo
complicado.
El adulto en sí, tiene el pasado y el presente con
él. Al futuro, lo persigue incesantemente. Es una carrera a ciegas. Pero, el
futuro es como una gota de mercurio que, al tocarla, cambia de forma y no
vuelve a la apariencia original. Se rompe. Unirla requiere mucho esfuerzo y, si
se logra, alguna partícula se queda en algún lugar. No vuelve a ser igual. El
futuro no se piensa hacia adelante, se piensa hacia atrás. Se hace así, para
que el ser humano que nos precede sea mejor.
Sin embargo, el adulto cuando escribe para niños,
la mayoría de veces, solo piensa en la parte normativa, de ahí que casi siempre
caiga en la trampa de las moralinas y la pedagogía, de que al niño hay que
disciplinarlo, corregirlo desde chiquito. Pero, ¿para qué? ¿Así llegará a ser
un “adulto correcto”? ¿Ese es el “ADN” de la herencia burguesa?
Eso es lo que algunos artistas siempre han creído y
el ciclo raras veces se rompe. El artista debe comprender que cuando crea para
la infancia no debe reflejar el niño que fue o que deseó ser. Debe mostrarle la
emoción de estar vivo, de sorprenderse, debe inculcarle la curiosidad. En ello
debe experimentar el miedo, la tristeza, la felicidad, el amor. ¡Aquí y así se
forja el futuro! Un futuro escrito a través de palabras que brillan como
puntitos titilantes de luciérnagas que se plasman en hojas blancas.
La literatura infantil y juvenil es literatura. Es arte. Es palabra viva, expresión y comunicación. Los escritores que producen obras para el público infantil y juvenil tienen igual importancia. Aquellos no son más ni menos porque se escriban para ellos. Son importantes, así como lo expresa el poeta Zipfel García:
La importancia real de los escritores es que imprimen cierto ímpetu a lo que ya está en movimiento. Se les considera como modelos literarios y la imitación de sus excelencias literarias, lleva a imitar su lenguaje en aquella parte que de otro modo no se hubiera escrito ni hablado en la lengua común nacional y de esta suerte, su idioma pasa a ser conocido por círculos más amplios que el habla de otros individuos particulares (el Imparcial, 8 de julio de 1968: 9).
Una gran responsabilidad
que algunos de los poetas de Nuevo Signo asumieron al publicar libros para la
infancia guatemalteca.
Por ejemplo, Delia
Quiñónez escribió el libro de cuentos titulado “Cuentos ecológicos” (2001 primera edición; 2009, segunda edición),
en la Colección Toro toro gil número 8, de la Editorial Cultura.
José Luis Villatoro
publicó en 1991 una serie de ocho libros basados en el Popol Vuh adaptados para
el público infantil.
Luis Alfredo Arango y
Francisco Morales Santos son los que más han publicado para niños desde 1980.
Arango inició con la publicación de una biografía de doña Dolores Bedoya de
Molina (1983), luego participó en el proyecto Cuentos y leyendas de las regiones de Guatemala de la Editorial
Piedra Santa, coordinado por la licenciada Ofelia Columba Déleon,
investigadora del Centro de Estudios Folklóricos -CEFOL- de la Universidad de San
Carlos de Guatemala, como parte de la edición conmemorativa del X aniversario de
la revista infantil Chiquirín de la mencionada
editorial, en 1984.
En 1992 Arango publicó en México la novela juvenil
titulada "El país de los pájaros".
Esta obra formó parte del proyecto de acervos literarios para bibliotecas
escolares promovido por la Secretaría de Educación Pública -SEP- de aquel país.
En Guatemala, el libro sólo fue conocido tres años más tarde cuando publicado
por la editorial Artemis y Edinter en la colección de libros de bolsillo “Ayer
y hoy”, cuyo fin era rescatar la obra de autores guatemaltecos que, por
diversas razones, se han dejado de publicar.
Esta novela de Arango posee un pequeño prólogo
realizado por escritor y poeta Francisco Morales Santos y a la fecha se
encuentra en más de cinco ediciones. Tiene su antecedente literario en su propio libro
titulado “Cuentos de Oral Siguán”
(1970).
La novela "El país de los pájaros", narra las aventuras de
Osvaldo, más conocido entre sus amigos por el nombre de Subalguá. Él es un niño
que puede convertirse en el pájaro que quiera después de leer las palabras
mágicas de un libro encontrado por casualidad y escrito por un tal Oral Siguán,
"escritor desconocido que nació en Palincaj -nombre que en idioma de los
indígenas quichés de Guatemala significa "frente al cielo (p. 7)” y
que puede convertirse en el pájaro que desee, tal como en el cuento de 1970. La
obtención de estos poderes, además le proporcionar un arma especial para ayudar
a sus amigos a derrocar a los enemigos del pueblo que quieren aprovecharse de
las riquezas que sus tierras poseen, le brindan la oportunidad de sentirse
libre. De ahí que por medio de esta experiencia el protagonista también pase a
tener una doble vida que ocurre entre el cielo y el suelo y viceversa,
transfigurándose en toda clase de pájaros. La aventura se siente y el lenguaje
utilizado es coloquial sin caer en lo soso o ñoño.
Con esta obra, Arango reconoce “su
deuda a la tradición oral guatemalteca”, hasta el momento veta fundamental
de su producción infantil.
Francisco Morales Santos en su experiencia de
escribir para niños y jóvenes ha transitado por varios géneros, poesía, cuento
y tradición oral. También aquí, sigue siendo coherente con su función de guardián de la memoria, organizando una antología
de poesía para niños, como “Poemas escogidos para
niños”
(Piedra Santa, 1987) y participando con su propia producción en otras como “Mis 24 pasteles” (Piedra Santa, 1980),
en el cual se encuentra la génesis de los poemas publicados en su libro de
poesía infantil “Ajonjolí” (1997) y “Con
sol y son” (2000), antología de poesía infantil latinoamericana organizado
por Mabel Morvillo. Asimismo, ha rescatado y publicado los libros de infantil y
juvenil y trabajos teóricos de Luis de Lión, permitiendo con esto que su obra
no quedara en el olvido.
Morales Santos, como Arango, también participó en el proyecto de tradición oral y popular desarrollado por la editorial Piedra Santa en 1984. En esa colección publicó “Por qué el conejo tiene las orejas largas” y “Tío Conejo y tío Coyote”. En fin, Morales Santos ha publicado más de dieciséis libros para el público infantil y juvenil. Su obra poética, por ejemplo, celebra la vida con palabras de esperanza. Celebrarla así, es revitalizar el sentido de la vida en los niños y jóvenes a los que se dirige en un mundo tan lleno de desconsuelos como el que experimentan actualmente. Celebrar la vida con palabras a través de los sueños que se hacen realidad hoy y que el poeta nos los entrega con la delicadeza con que se entrega a un niño recién nacido a su madre es ayudar a la construcción de un mundo mejor. Su obra narrativa y ficcional hace reír a más de algún niño o joven. Ambas, forman una telaraña colorida de sonidos, emociones, sentimientos, ternura, pero sobre todo, son textos donde cada verso, cada línea, cada frase iluminan la experiencia lectora.
Nuevo Signo, rayos de luz para la infancia guatemalteca
En fin, los cuatro poetas, por diversos caminos,
han llegado a los lectores infantiles y juveniles atreviéndose a escribir para
ellos. Utilizando, también, los mismos recursos literarios que utilizan los
escritores como una manera de abrir espacios para el juego poético y ficcional
que se establecerá con el lector infantil. Lo ficticio, en el decir de Wolfgang
Iser, presiona al imaginario para que asuma una forma, ofreciendo, entonces, la
condición constitutiva para lo estético. De ese modo, si la coexistencia de lo
ficticio y de lo imaginario es lo que marca el juego estético de la literatura
en general, lo que determinará la especificidad estética de la literatura
infantil y juvenil es la posibilidad de alcanzar “el máximo de imaginario en el
mínimo de discurso”, como en el caso de la poesía, por ejemplo.
A este respecto, el profesor
Daniel Armas (1899-1984) dice que escribir poesía infantil es un reto y que la
misma sólo estará plenamente realizada si es capaz de aproximarse al lector,
crear imágenes, sonidos, ritmos que lo hagan jugar con el lenguaje y descubrir
nuevas formas de relacionarse con el mundo. Siendo, pues, la poesía una
creación artística por excelencia, la misma garantiza su calidad estética
cuando no traiciona al pequeño lector, queriendo enseñarle algo como si fuese
un instrumento de aprendizaje puro y simple. El poeta, en este caso, debe ser
capaz de crear lo que en la teoría de la Estética de la Recepción se denomina “vacíos.
Ya que, los vacíos que una obra de arte abre a la acción del lector para que
éste se convierta en coautor, es lo que posibilita el rompimiento de su propio
horizonte de expectativas. Y, obviamente, la perspectiva del niño es
fundamental para que pueda encontrar resonancias de sus cuestiones más
apremiantes en las entrelíneas de los textos.
La tradición oral y
popular entra aquí como una posible fuente para la creación de libros para
niños y jóvenes. Es un buen recurso, además, para buscar nuevas formas para el
sistema de representación cultural del país como en la obra de Villatoro o
Morales Santos. Por esa razón, la literatura infantil y juvenil como
una modalidad literaria nacional pasa a jugar un papel importante como
mediadora en la construcción de la identidad nacional y ayuda al niño a
descubrir sus raíces a través de la tradición y, al mismo tiempo, da lugar a
dar rienda suelta a la imaginación de sus lectores.
Otro aspecto que se toma en cuenta en la producción de
los poetas de Nuevo Signo aquí apuntados, es el de la ilustración. Aspecto que
se convierte en otro discurso que enriquece las obras literarias. La
ilustración va de la mano del discurso textual, ésta ofrece recursos narrativos propios
que ayudan a expandir el imaginario y la fantasía en los niños y jóvenes
lectores. O sea, que ésta no cumple una función meramente decorativa o de
significado literal, va más allá de eso. Porque, para el niño, en su recorrido
de adquisición del discurso, es justamente la convergencia de la ilustración,
del texto y del proyecto gráfico lo que construye la unidad y los sentidos de
la obra de literatura infantil y juvenil.
Esos son los sentidos y la esperanza que transmiten en cada frase o verso los poetas de Nuevo Signo en sus obras dirigidas al público infantil y juvenil. Con ellas, han hecho que la literatura infantil y juvenil se expanda como una posibilidad de representación, de alargamiento de experiencias, en las que se combinan elementos plásticos, literarios y gráficos. Todos ellos se articulan creativamente para dar sentido a lo leído y para estimular la lectura. De esa forma, contribuyen al acercamiento del niño al libro y, consecuentemente, despiertan el gusto por la lectura y los libros de ahí en adelante.
Referencias
bibliográficas
Arango, Luis Alfredo. En el país de los pájaros. Guatemala: Artemis y Edinter, 1995.
_____. El llanto del Sombrerón. Guatemala: Piedra Santa, 1984.
_____. Por qué el conejo tiene las orejas largas. Guatemala: Piedra Santa, 1984.
Alvarado, Carmen Lucía. Nuevo Signo: una realidad poetizada. En: Revista digital Luna Park, número 22, 7 de abril de 2013. Recuperado de [https://revistalunapark.wordpress.com/2013/04/07/literatura-guatemalteca-nuevo-signo-una-realidad-poetizada/]
Barrera, Iván. Signo nuevo para la poesía. En: El Imparcial, 2 de diciembre de 1968, p. 15 y 25.
Esquisses. Las Plumas de la Serpiente –Nuevo Signo. Recuperado de: [http://www.esquisses.net/2017/06/las-plumas-de-la-serpiente-grupo-nuevo-signo/]
Morales Barco, Frieda Liliana. Han de estar y estarán… literatura infantil de Guatemala. Una propuesta en una sociedad multicultural. Guatemala: Letra Negra, 2004.
Morales Santos, Francisco. Nortes para la literatura infantil. Guatemala: Cultura, 2015.
_____. Poesías escogidas para niños. Guatemala: Piedra Santa, 1986.
Quiñonez, Delia. Conferencia: “Las plumas de la serpiente”, poetas en la encrucijada. Letra sobre letra –motivos para el poema. Feria Internacional del Libro de República Dominicana, 28 de abril de 2018.
_____. Cuentos ecológicos. Guatemala: Cultura, 2002.
Villatoro, José Luis. El Popol Vuh al alcance de los niños. Guatemala: Cenaltex, 1991.
Zipfel García, Carlos. El arte como lenguaje. En: Diario El Imparcial, Lunes 8 de julio de 1968, p. 9.
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