lunes, 19 de diciembre de 2011

El Christmas

El Christmas
Domingo Estrada

¡El viejo invierno llegó ya!
Y con el vino el Christmas, ¡el alegre, el esperado Christmas! ¡Qué animación en las calles! ¡Qué bulliciosas muchedumbres las que hormiguean en los grandes almacenes! ¡Qué de carros repletos de pequeños bultos! ¡Cuántos mensajeros corriendo por las anchas avenidas! ¡Qué gozosa fiebre la que agita a la opulenta Leviathan del Norte! ¡Y en los hogares, cuánto movimiento y cuánta vida…! Cada cual oculta en sus armarios paquetes misteriosos: de allí saldrán libros con bellísimas ilustraciones; abanicos que parecerán arrancados a cisnes que tuviesen colas desplegadas a lo pavo real; preciosos dijes; ricos estuches; primores de arte; filigranas de oro; diamantes de profundas aguas; tarjetas con poéticas leyendas; jarrones de ténue porcelana; muestras de ostentación, recuerdos de amistad, tributos de gratitud o memorias de más dulces sentimientos. Suaves manecitas y afilados dedos con premura se mueven, haciendo volar la delicada aguja; aquí se borda el gorro del papá, allá los pantuflos del abuelo, y por allá, a puerta cerrada, rica pañuelera en que, poco a poco está apareciendo una cifra dentro realzada corona de no-meolvides, mientras en el fonde de los bellos ojos brilla la reverberación del mundo de los sueños.
Pero la fiesta, la alegre fiesta, para vosotros es, seres menudos y adorables, pedacitos de hombre, remedos de mujer, muñecas perfeccionadas, conatos de personas, pájaros de nido humano, ángeles que acabáis de perder las alas, poemitas ambulantes, luces del hogar, sonrisas de la vida; para vosotras, criaturas dulces, que lleváis en vuestras mejillas reflejos de celajes, claridad de cielo en los azules ojos de turquesa y rayos de sol en melenas de oro. Para ti es el Christmas, diosecita en embrión, que miras ya con orgullo delinearse en tu talle suaves curvas y redondeces mórbidas; para ti, blanco querube, de cuyos labios se escapa ya la palabra, alada, balbuciente, incierta, vago recuerdo del idioma celestial, ensayo delicioso del lenguaje humano; para ti, serafincito meditabundo, casado con el biberón, que desde tu cuna de espuma y arreboles iluminas el hogar con tu sonrisa sin dientes, o lo aturdes con llanto estrepitoso e inmotivado, haciendo así el aprendizaje de la amarga vida. Para vosotros es la fiesta universal, en que el mundo conmemora, a través de las edades, la buena nueva que un día se anunciara a la luz misteriosa de la estrella de Betlén.
¡Ah, y cómo dormiréis esta noche, después de colocar vuestra media de lana junto a la chimenea encendida! No ocuparán vuestra mente los graves pensamientos de costumbre: hoy no soñaréis con la maravillosa lámpara del afortunado Aladín; ni con el tajante acero de Jack, el David de la leyenda, que descabezaba gigantes; ni con la Cinderella, cuyo menudo piececito la hizo subir las gradas de un trono; ni os supondréis acompañando a Robinson y a su pequeño súbdito en la isla desierta, o habitando con aquella bizarra y menuda familia que vivía en un zapato. No os estremeceréis, recordando la terrible aventura de la Caperucita Roja; y esta noche no os visitarán vuestros héroes favoritos, el Gatito con botas, o el Little Lord Fauntleroy, cuyo vestido de dandy estrenaréis mañana. Tendréis otros sueños, otras ilusiones, otras inquietudes. Allá por la media noche, ha de venir, a la luz de la luna, un viejecito, de cara alegre y jovial, panzudito y gordo, con mejillas cual rosas, y nariz como una cereza; de ojitos risueños y picarones, luenga barba llena carámbanos, y vestido todo de pieles, manchadas de ceniza y hollín y chorreando nieve; traerá consigo un gran saco, lleno de lindas cosas; y llegará en rápido trineo, tirado por ocho rengíferos, cuyos nombres son: Dasher, Dancer, Prancer, Vixen, Comet, Cupid, Donder y Blixen. Es el vetusto Kris Kringle, el amable genio del Christmas, el buen San Nicolás… Saldrá de su trineo, y con su lío al hombro, se deslizará de un brinco por la chimenea, bajará a la sala, se acercará a vuestras mediecitas y dejará en ellas… algo. ¿Qué será?
(…)
Vendrá por fin la tardía, la anhelada noche. Las puertas del saloncito se abrirán, y hará su irrupción el tumultuoso enjambre. ¡Ah! qué de ojos asombrados! ¡qué róseas boquitas entreabiertas por estupenda admiración! Allí, en el centro está el árbol de Noël; lleno de flores, de frescas lianas, de verdes musgos, que aún guardan la tibia y aromada atmósfera de los invernáculos; por todas partes brillan en él pequeños cirios, lámparas de mil colores, farolitos venecianos, iluminados con globos japoneses; y de sus ramas penden… ¿cómo hacer la enumeración de todas esas maravillas? Fusiles, sables y cañones, dignos de un ejército de liliputienses; locomotoras y carros, como las que deben correr en el país de los pigmeos; clarines y trompetas como para ruidosos duendecillos; guitarras minúsculas, a manera de las que han de tocar las korriganas; blancos pierrotes, polichinelas con gorros ornados de cascabeles, Juanes de las Viñas con imponentes aires de dignidad, cajas de Nuremberg que guardan un mundito de casas, árboles, ovejas, perros y pastores; plateados menajes de cocina, en cuyo azafate mayor podría servirse entero un pájaro-mosca asado; cajillas de música, que cantarán un aire del Mikado o Pinafore bajo los dedos del niño que figura en la familia como última remesa: y aquí duces, y allá frutas, y por acá pasteles: por todas partes primores de confitería, prodigios de la repostería; y mil y mil cosas más, sobre las cuales vagarán las miradas de aquellos ojos engrandecidos por estupefacción suprema. ¡Así, como el de Noël deben ser los árboles que hay en los bosques de los Genios y en los risueños parques de las Hadas! ¡Cómo esos tienen que ser sus frutos y sus flores!
Y luego, vendrá el día de mañana. (…) es el día del hogar y la familia, el gozoso festín del viejo invierno. ¡Es el Christmas, que una vez más llegó!
Y entre tanto, el extranjero vagará por las calles, de vuelta de algún teatro, sintiéndose solitario en medio de las alegres muchedumbres. Ningún hogar lo espera; el no comerá en familia el rico pavo, ni vestirá un árbol de Noël. Lleno de frío, más que en el cuerpo, en el entristecido corazón, verá brillar las luces a través de las ventanas, oirá la leda algazara de los niños, escuchará al pasar por las casas los dulces ritmos del Sweet Home, que dedos de rosa y de marfil hacen gemir al piano. Y entonces pensará en un país tropical, donde hay naranjos llenos de azahares, palmas esbeltas y erguidos cocoteros; donde los montes siempre están verdes, los lagos siempre azules y siempre el alto cielo cuajado de constelaciones. Pensará en los calientes tamales, en los suaves buñuelos chorreando miel, que en la Noche Buena se venden allá, a la vacilante luz de las antorchas recinosas. Recordará los altares, ardiendo en luces, ante los cuales el sacerdote oficia la misa de la media noche, mientras se derraman bajo la alta bóveda del templo los juguetones sonecitos de pascua, los gozosos redobles de los tambores, la extraña música de los chin-chines, los trinos melifluos de los pitos de agua. Recordará los animalitos de los nacimientos, ornamentados con verde hoja de pacaya, amarillas naranjas, verdes limas, racimos de coyoles, sartas de carnosas manzanillas y altas ramas de rojo pie de gallo. Pensará en voces que oír querría ahora, en manos que quisiera estrechar, en dulces y adoradas cabecitas que anhelara rodear con una corona de besos… Y antes de entrar a su lujoso hotel o a su modesta casa de huéspedes, se detendrá un instante para limpiar vergonzosamente lágrima que congeló en su helada mejilla el cierzo de la noche…
New York, diciembre de 1889.
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Estrada, Domingo. El Christmas. En: Libro de Premio 1. San Francisco: Pacific Press, 1895.

Domingo Estrada
Nació en Amatitlán, Guatemala, el 21 de diciembre de 1855. Hijo de Arcadio Estrada y de Rafaela Villacorta. Obtuvo los grados de bachiller en filosofía (1871) y bachiller en derecho civil (1874); más tarde, en 1877 se graduó de Abogado en la Universidad de Guatemala. Fue legislador, cónsul general en San Francisco, California, Secretario del Congreso Americano, celebrado en Washington, D.C. y Cónsul de Guatemala en París. Militó en el Partido Liberal.
Entre su producción literaria cabe destacar: crónicas y artículos periodísticos, asuntos jurídicos: El derecho internacional, polémicas: Una cuestión literaria, Algo más sobre la cuestión de estilo y Las preguntas de Zapata; crónica literaria: El Christmas; cuentos humorísticos: Diálogo casero sobre legislación, Diálogo sobre legislación, Un Elzevir, El poema de la noche, Gato por libre y liebre por gato, Un episodio trágico; estudios literarios: Andrés Chénier, Un amor inmortal, Alfonso Daudet, José Martí, Ensayo sobre la escuela romántica; Epistolario: Cinco cartas a Rafael Spinola.
Fallece en París el 10 de agosto de 1901 y fue sepultado en el cementerio de Passay de aquella ciudad.

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