Libros, urnas de ideas;
libros, arcas ensueños;
libros, flor de la vida
consciente; cofres místicos
que custodiáis el pensamiento humano:
nidos trémulos de alas poderosas,
audaces e invisibles;
atmósfera del alma;
intimidad celeste y escondida
de los altos espíritus;
Libros, hojas del árbol de la ciencia,
libros, espigas de oro
que fecundara el Verbo desde el caos;
libros en que empieza desde el tiempo
el milagro de la inmortalidad;
libros (los del poeta)
que estáis como los bosques
poblados de gorjeos, de perfumes,
rumor de frondas y correr de agua;
que estáis llenos como las catedrales
de símbolos, de dioses y de arcanos;
Libros, depositarios de la herencia
misma del universo;
antorchas en que arden
las ideas eternas e inexhaustas;
cajas sonoras donde custodiados
están todos los ritmos
que en la infancia del mundo
las musas revelaron a los hombres;
Libros, que sois un ala (amor la otra)
de las dos que el anhelo necesita
para llegar a la Verdad sin mancha;
Libros, ¡ay! sin los cuales
no podemos vivir; sed siempre, siempre
los tácitos amigos de mis días.
Y vosotros, aquellos que me disteis
del consuelo y la luz de los filósofos,
las excelsas doctrinas
que son salud y vida y esperanza,
servidle de piadosos cabezales
a mi sueño en la noche que se acerca.
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Amado Nervo. En Revista El Niño, Guatemala, 1928. p. 69
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