domingo, 12 de junio de 2022

Publicaciones: Carta a un amigo.

 Carta a un amigo*

[…] Si entonces un niño llega hacia vosotros, se ríe, si tiene cabellos de oro, si no responde cuando se le interroga, adivinaréis quién es. ¡Sed amables entonces! No me dejéis tan triste. Escribidme en seguida, decidme que el Principito ha vuelto.

(Antoine de Saint Exupéry. El Principito, 2004.)

Querido Antoine:

            Te escribo para darte una grata noticia. Hace unos días atrás estaba observando las estrellas. Trataba de contarlas y me acordé del hombre de negocios que conociste a través del Principito, y me pregunté ¿será más rico ahora? Y luego vinieron a mi mente los recuerdos de los Baobabs... y pensé ¿habrán infestado el universo o alguna plaga los extinguió?; y de ahí otras interrogantes... ¿tal vez el farolero se jubiló y hay otro en su lugar?; ¿habrá el geógrafo encontrado muchos más exploradores?; ¿el rey comprobaría que él mismo era un súbdito?; ¿el vanidoso encontraría un espejo?... En esas estaba cuando vi que una estrella se desprendió y ¡oh! cuál mi sorpresa un lindo ser, pequeñito, risueño y resplandeciente llegó hasta a mi, me observó y lo primero que me pidió fue que le dibujara una cordero para hacerle compañía a otro que tenía dentro de una caja desde hacía mucho.

            Yo, muy sorprendida, sin poderlo creer todavía, me atreví a preguntarle: ¿por qué lo tenía aún dentro de la caja? No me respondió, tal como solía hacerlo contigo. Automáticamente, en silencio, tomé una hoja de papel blanca y un lápiz y empecé a dibujar. Cuando se lo mostré se puso tan feliz y, al mismo tiempo, pensé en su rosa. Tal vez se marchitó. Él, como si me leyere el pensamiento, me dijo: “La felicidad es tan breve como el vuelo de una mariposa”.

            Me quedé pensando en eso y, a la vez, vinieron a mi mente tantas otras cosas... Me acordé de la cajita en el pecho del “Monstruo de la calle de colores” y de la “pepita del aguacate” del “Hombre que lo tenía todo todo todo”. Me acordé, también, de los días noviembre de mi infancia, viento suave y ligero que invitaba a volar cometas; del olor a pino cuando recién sale el sol; de la silueta de los volcanes después de una tarde de lluvia, se miran tan azules como el fondo de la mar; del arco iris nacional que no alegra corazones. Me embargó una gran nostalgia por aquella infancia y la poquisísima que queda en algún lugar de mi adultez.

            Repentinamente, el Principito me sacó de ese sopor diciéndome: “las personas mayores no comprenden nada por sí solas”. Y tenía razón. Necesité que él viniese para darme cuenta nuevamente que necesitamos espejarnos, que debemos intercambiar máscaras para no seguir anulándonos en bloques homogéneos. De inmediato insistí en preguntarle por qué tenía encerrado al cordero. No respondió y sólo me pidió que le dibujara un perro. Mientras lo hacía, comenzó a decir que el ejercicio de la libertad nos posibilita a asumir un dialogo sincero con los demás. Este diálogo es el que nos conduce por rutas inimaginables y nos ayuda a crecer como seres humanos. En silencio, pensaba para mis adentros, es verdad, el realismo intelectual que manifiesta en esto, produce una especie de válvula de escape que nos conduce a la construcción de un mundo mejor, representa una búsqueda a partir de caminos interiores que conducen al propio reconocimiento de uno mismo y a la valoración del medio ambiente y nuestros afectos.

Por otro lado, la libertad, tal cual te la expresó en aquella ocasión del desierto, se da desde varios niveles simbólicos, primero se la puede definir de manera simple, literal, es decir, como un contrario (libre = preso); después, como una forma de acción “soy libre de llenar un vaso de licor cuantas veces lo quiera y beberlo” por ejemplo, como en el caso del bebedor que encontró el Principito en uno de los planetas visitados. Pero, fundamentalmente, la libertad, se refiere a una cualidad esencial del ser humano que, a un nivel más profundo, se define como una elección o selección de algo dentro de la realidad indeterminada que nos rodea y que modifica de una u otra forma nuestra forma de ser.

De nuevo, con dulces palabras me dijo “lo esencial es invisible a los ojos y la libertad hace parte de ello, alimenta nuestro espíritu, y por eso hay que cultivarla y conservarla como yo a mi rosa”. Pero, sorprendida, le refuté que esto último es lo que más costaba mantener. A lo cual agregó: “debemos hacer un esfuerzo para recordar”. Recordar se compone de la palabra latina recodari que se deriva de re (de nuevo) y cordis (corazón), o sea volver a pasar por el corazón. Es decir revivir de alguna forma lo experimentado. Esa acción nos reconforta y nos impide olvidar, condición necesaria para sobrevivir. En ese sentido, debemos recordar que un Principito se queda con nosotros como un pequeño ángel guardián que siempre está volviendo a pasar por nuestros corazones.

Abrí los ojos, y nuestro querido amigo ya no estaba a mi lado. Pero a mí alrededor sentía una profunda paz y alegría, misma que ahora comparto contigo a través de estas líneas.

 

Con todo mi corazón,







*Por Frieda Liliana Morales Barco y publicado en la revista Taxi, Guatemala, 2005.


No hay comentarios:

Publicar un comentario