jueves, 6 de agosto de 2009

II. En torno a las prácticas de lectura en 1914

El arte de leer

Leer despacio es el primer principio que debe aplicarse a toda lectura.

Es indudable que hay muchas maneras de leer aplicables a las distintas ramas del saber humano; pero hay un solo arte de leer.

“Los libros de ideas”. –El arte de leer los libros de ideas es un arte de comparación y de correlación continuas. Lo mismo puede leerse un libro de esta clase volviendo las hojas por los últimos capítulos que por los primeros; es decir, volviendo a leer lo leído, que siguiendo la lectura. El hombre de ideas es un hombre que no pude decirlo todo de una vez, se completa a cada párrafo, arroja más luz a cada capítulo nuevo, y únicamente se le abarca entero cuando se le ha leído enteramente.

“Los libros de sentimientos”. – A los autores que tratan de los sentimientos del alma humana se les puede leer algo más aprisa. Sin embargo, hay que poner en ejercicio la reflexión y la discusión con el autor, fórmulas, como se ve, reñidas con la distracción. Conviene, no obstante, empezar por entregarse al autor. El autor sentimental pinta los sentimientos del corazón menos por pintarlos que para inspirárnoslos. Es un sembrador de sentimientos, así como el filósofo es un sembrador de ideas. Ante todo, procura impresionar.

“Impresionar” es hacer partícipe al lector de los sentimientos que infunde a los personajes de su acción; es comunicarle, por una especie de contagio, el estado anímico, pasional, de los personajes.

Si el autor no consigue causar esta impresión, abandonémosle; pero si nos impresiona, si hace vibrar las cuerdas del corazón, no la resistamos, dejémonos guiar por él, dejémonos enternecer.

Es verdad que dejamos de pertenecernos a nosotros mismos, pues para esto tenemos en nuestras manos la obra de un novelista o de un novelista. Este desposeimiento o abstracción de nosotros mismos es una especie de embriaguez espiritual; una pérdida y un aumento a la vez de nuestra propia personalidad.

“Las obras de teatro”. ¿Los poetas dramáticos escriben para ser leídos? Indudablemente tanto como para ser oídos. Si bien, es verdad, como se decía antes, que una buena comedia no se puede ver sino con, “luces” no es menos cierto que hay una especie de fallo en apelación, que únicamente puede darse en la lectura.

En la representación escénica hay el movimiento; pero en la lectura, la solidez de la trama. Acontece que con la lectura de una pieza de teatro uno se escapa de los engaños de la representación; no nos dejamos sonsacar por el juego de los actores, del arte de su declamación, del efecto teatral, en fin, y por esto tenemos más dominio sobre nosotros mismos para poder juzgar si una obra de teatro es buena o es mala.

Además, quien lee vuelve a leer, sólo y releyendo se puede juzgar debidamente de estilo de la composición, de la disposición de las partes y del fondo mismo, en una palabra, de la impresión que el autor ha querido producir en nosotros, y si lo ha conseguido totalmente o a medias.

La lectura impide que nos den por buena una moneda falsa; es decir, que se vista una idea o un sentimiento banal con sonoridades más o menos académicas.

Para leer bien una obra de teatro es preciso haber sido asistente asiduo a los teatros; porque no basta leerla, sino “verla”, pero verla con los ojos de la imaginación, tal como la obra se presenta en escena.

“Los poetas”. –Los poetas propiamente dichos –conviene no a saber, los poetas épicos, los elegíacos y los líricos– deben ser leídos de otro modo que el anterior; y lo mismo los “poetas en prosa”, como ciertos grandes oradores, que por el número y énfasis de su verbo vienen a ser unos verdaderos músicos. Todos estos artistas deben ser leídos primero en voz baja y después en alta voz baja y después en alta voz. Lo primero, para penetrar bien su intención, pues la mayoría de los lectores no acostumbran a entender bien más que la mitad de lo que leen en alta voz. Lo segundo, porque el oído se da cuenta del número y de la armonía de los periodos, sin que el espíritu deje de apreciar el verdadero sentido.

“Lectura de los críticos” –¿Qué es un crítico? Es un amigo que os habla de sus lecturas y os comunica sus impresiones. ¿El crítico es un inútil, es aborrecible? De ninguna manera; hasta en la vida doméstica hace falta.

Comprendéis vosotros mismos que os hace reflexionar, que remueve en vosotros las sensaciones e impresiones del lector; que evoca nuevos aspectos o faces; que, conviniendo o discrepando de vuestra opinión, os hace pensar, y aguzar el pensamiento y la reflexión.

Al mismo tiempo, un buen crítico os abre horizontes nuevos, que por vosotros mismos nunca hubiérais descubierto lo que vale decir que os proporciona una nueva fuente de belleza.

Por la crítica, el lector hace lecturas meditadas en pos de lecturas precipitadas; por ella la lectura se convierte en un campo experimental de ideas.

Sin embargo, no conviene leer la crítica de un libro antes de leer éste, sino leerlo de nuevo después de asesorarse por una o varias críticas autorizadas.

Si leer es agradable, volver a leer lo es más, porque lo último supone estar desocupado y en libre disposición para platicar con las musas. Un serbio decía: “A mi edad no se lee, sino se repasa lo leído”. Efectivamente, releer es placer de viejos.

Se vuelve a leer para entender mejor el texto. Por esto se repite tantas veces la lectura de los filósofos, de los moralistas, de los pensadores y demás autoridades así; pero casi todos los escritores de algún mérito merecen volver a leerse para saborear sus pensamientos.

A veces se les lee únicamente para gozar de detalles, para saborear el estilo. La primera lectura es al lector lo que la inspiración al orador. Por buen juicio que se tenga, por gusto depurado que se posea, por buen método de lectura que se haga, es difícil sustraerse a la sugestión impetuosa de ver como un filósofo dilucida un problema moral, o un novelista precipita el desenlace. Por mucho que se piense, nadie está libre de esta comezón.

Así como el orador, en las pruebas de imprenta de su discurso, corrige el estilo y aún el lenguaje de su improvisación, así el lector que vuelve a leer una cosa se corrige de la improvisación de la primera lectura.

Así como entramos en el pensamiento del autor, penetramos ahora en su laboratorio, lo vemos trabajar. Esto nos sirve de enseñanza por si queremos imitarle; pero, aunque así no sea, sorprenderemos no poco secretos de arte, afinaremos con esto el espíritu, y esto ya es un placer.

Aparte que nos haremos más aptos para juzgar y apreciar en sí mismo al autor favorito nuestro, o al que tengamos que leer por primera vez.

No olvidarlo; el arte de leer es “volver a leer”.

Uno de los métodos más indicados para retención de lo leído es hacer un cuaderno de pensamientos o párrafos que más llamen la atención.

Esto es mucho más práctico y “más limpio” que hacer apostillas y tachas en las márgenes del libro.

Un cuaderno de citas bien clasificado y ordenado constituye una especie de cartera, de la cual pueden sacarse materiales en cualquiera ocasión.

En ocasiones es un “vademécum” cómodo y utilísimo. De todos modos, nada se pierde con trasladar al papel las frases, pensamientos o versos que más gusten, pues en ocasiones un repaso de estas anotaciones aviva el recuerdo de la lectura anterior y constituye un repaso de la obra o del autor anotado.

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Ciudad de Guatemala, Diario de Centro América, 27 de mayo de 1914. p. 3.

I. En torno a las prácticas de lectura en 1914

El Niño en la Literatura Moderna

A propósito de nuevos libros

El niño ocupa verdaderamente un lugar cada día más importante en la literatura contemporánea. ¿No es esto prueba de que ejerce también preponderancia en las costumbres actuales? Gerard d´Houville, que era un encantador escritor, hace algún tiempo hablaba del “niño-rey” en una crónica. El hecho es que el reinado del niño tiene todo el aspecto de principiar: a porfía padres y madres, psicólogos, artistas, pintores y novelistas, se inclinan a él para oírlo gritar, para adivinar su pensamiento, para observar cómo ríe o llora, para sorprenderlo en los menores actos de su vida. Preocupación científica en los unos, fantasía en los otros. Hay un concierto de exclamaciones y de alabanzas cuando aparece el niño, y aparece muy frecuentemente, puesto que su vida está ligada de un modo continuo a la de las personas mayores.

Este reino del niño en la sociedad de hoy –tan curiosa para el observador de las costumbres y que tan profundamente hubiera sorprendido a nuestros antepasados de los siglos XVII y XVIII– tienen como coronamiento natural toda una literatura consagrada a su persona. De Gyp a Andrés Lichtenberger, pasando por los hermanos Margueritte, por Franc Nohain, por Pierre Mille, Henry Bataille, Pierre Loti y Gilbert des Voisins, es una pléyade de escritores y no de los menores, la que ha tomado al niño y siempre al niño como sujeto de su observación…

Después de “Cri-Cri”, la obra de Ciryle Berger, he aquí a “Criquet”, cuya hada madrina Mme. Andrée Viollis. Criquet es una niña de 14 años cuya autora la ha observado ingeniosa y maliciosamente en el despertar de la vida, en esta edad ingrata en que la futura mujer no es ya ni la niña ni tampoco la joven. Mm. Violis ha notado todos los sentimientos y todos los pensamientos que asaltan a la niña en esta hora turbia de su existencia, y que la torturan sin orden hasta el día en que la linda mariposa, desembarazándose de su crisálida, despierta a la alegría de la vida en el sol de la juventud.

Pienso que para una obra de esta naturaleza, hecha de encanto delicado, las manos de mujer serán siempre más diestras que las del hombre. Mme. Viollis nos da la prueba de ello, así como Mme. Bruno-Ruby con “Mme. Cotte”. La originalidad de esta última obra es el cuadro oriental en que está situada. El asunto es el mismo, o casi igual, que el estudiado por Mme. Viollis: el despertar de la vida y al amor de un alma de jovencita; pero en la heroína de Mme. Bruno-Ruby hay un acento pasional distinto. Estamos más cerca de eso que constituye la originalidad de las mujeres de letras de hoy; una sensibilidad extraordinaria, intensa, casi enfermiza, que se traduce en páginas vibrantes de vida, de impresionismo inaudito. Esta pequeña Mme. Cotte, esta niña que tiene en las ventas toda una herencia de coloniales, aspira con su nariz casi indígena todos los aromas que la envuelven, mira con sus grandes ojos todo el deslumbramiento de la vida oriental, siente con toda la fuerza de sus sentidos las mil cosas de la atmósfera, se baña con delicia en ese mundo de perfumes y experimenta la embriaguez de la vida misma. Es una salvaje y una civilizada de un refinamiento insólito; es la hermana de todas las heroinas que inventaron los d´Houville, los Noailles, Burnat-Provins, los Colette Willy. Y esta no es ni la menos desconcertante ni la menos excesiva de todas esas siluetas de niños que los novelistas se divierten en cortar con el gran patrón de la realidad.
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Por Jules Bertaut (1877-1959). En: Ciudad de Guatemala, Diario de Centro América, 27 de mayo de 1914. p. 6. Anotaciones: 
Gerard d´Houville, pesudónimo de la escritora francesa Marie de Régnier (1875-1963), quien recibió el Gran Prix de Literatura de la Academia Francesa, fue una escritora prolífica, pero olvidada. Ver: The Forgotten Generation, French Women Writers of the Inter-War, por Jenniger E. Milligan. 
Sidonie Gabrielle Colette, (1873-1954) [http://es.wikipedia.org/wiki/Colette
Anna de Noailles (1873-1933) [http://fr.wikipedia.org/wiki/Anna_de_Noailles
Marguerite Burnat-Provins (1872-1952) 

domingo, 26 de julio de 2009

¡Vuelvo al verde!

Fabulilla del Antojo

En la fábula del antojo el niño quería a la niña del ojo. - ¿Quién se la dara? - Su papá. (Que ponga su barba en remojo) A la una pidió la luna. A las dos pidió el reloj. A las tres peleó con Andrés. A las cuatro mató al gato. -¡Ahora quiero la pupila, negra Camila! (Grita y se queja la vieja) Cuando el papá abrió la puerta encontró a la moraleja tuerta. 

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Del escritor nicaragüense Pablo Antonio Cuadra.

lunes, 6 de julio de 2009

XVIII (1992)

bubbles down

bubbles up

smoking around

a cross-eye

strikes on the wall

shaking my soul

bubbles up

bubbles down

my soul is blue

sábado, 30 de mayo de 2009

Ghosts on Saturday!


Today
I saw my life

my past
walking across
without even notice
that I was stood
over there
astonished
a salt statue

at all

...Lucky me,
the Death was free


Ghosts of Saturday
Only passed away...

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Frieda

viernes, 15 de mayo de 2009

En torno a la Obra de José "Pepe" Milla

José Milla en el libro “Un viaje al otro mundo pasando por otras partes”, escrito en 1871 en París, otorgó el sello de legitimación al ladino por medio de la creación y bosquejo de su personaje Juan Chapín, protagonista del cuadro de costumbres "El Chapín"[1]:

El tipo del verdadero y genuino chapín es hospitalario, servicial, piadoso, inteligente, (...) novelero y se alucina con facilidad (...) es apático y costumbrero; no concurre a las citas; y si lo hace es siempre tarde; se ocupa en los negocios agenos un poco más de lo que fuera necesario, tiene una asombrosa facilidad para encontrar el lado ridículo á los hombres y á las cosas.

El verdadero chapín (no hablo del que ha alterado su tipo extranjerizándose) ama a su patria ardientemente, entendiendo con frecuencia por patria la capital donde ha nacido; y está tan adherido á ella, como la tortuga al carapacho que la cubre. Para él, Guatemala es mejor que París; no cambiaría el chocolate, por el té, ni por el café (en lo cual tal vez tenga razón). Le gustan más los tamales que el vol-au-vent y prefiere un plato de pipián al más suculento roastbeef.Vá siempre á los toros por Diciembre, monta á caballo desde mediados de Agosto hasta el fin del mes; se extasía viendo arder castillos de pólvora; cree que los pañetes de Quetzaltenango y los brichos de Totonicapán pueden competir con los mejores paños franceses y con los galones españoles; y en cuanto á música, no cambiaría los sonecitos de Pascua or todas las óperas de Verdi. Habla un castellano antiquísimo: vos, habis, tené, andá; y su conversación está salpicada de provincionalismos, algunos de ellos tan expresivos como pintorescos. (p.156-159)

Ramón Sosa, en la biolgrafía que escribió en 1889 sobre Milla, afirmó que este personaje era, "nuestro tipo nacional, que si no tiene la originalidad, la intención y la gracia de un Sancho Panza, supera en muchas ocasiones, en oportunidad, donaire y chiste, al Tirabeque de Fray Gerundio" (p. 94).


[1] José MILLA. El Chapín. In: ESPONDA, Sóstenes (Org.). Libro de lectura, 3. San Francisco, CA: Pacific Press, 1896. p. 157-169.

Se conserva la grafía de 1871.

domingo, 10 de mayo de 2009

En el día de la Madre, 10 de mayo

A mi madre 

Quiero brindar estos versos a mi madre idolatrada, con suave perfume de rosas, todo para ti, madre adorada. Madre, autora de mis días, todo tuyo es mi corazón, por el sendero del bien me guías y me enseñas la oración. Yo por eso con fervor te amo te agradezco tu presencia, ya que después será vano llorar triste tu ausencia. Ante tí, rindo, madre querida, mi amor puro y sincero; eres lo que más amo en la vida, eres el tesoro que más quiero.

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NATARENO, Luz Pilar. Poemas y canciones infantiles. Guatemala: Tipografía Nacional, 1982. p. 30.