Dice Aldous Huxley en un paréntesis (y en un leve parpadeo) de La Filosofía perenne: "Cuan axiomática es esta presuposición acerca del carácter de la nacionalidad, lo muestra la historia de América Central. Mientras los arbitrariamente delimitados territorios centroamericanos se llamaban provincias del Imperio español, hubo paz entre sus habitantes. Pero a principios del siglo XIX los diversos distritos administrativos del Imperio español rompieron sus lazos con la "madre patria" y decidieron convertirse en naciones según el modelo europeo. ¿Por qué? Porque, por definición, un Estado nacional soberano es una nación que tiene el derecho y el deber de obligar a sus miembros a robar y matar en la mayor escala posible."
Hay algo de eso y la historia lo demuestra en Europa: pero también un simplismo. Detrás de la "soberanía" de los Estados soberanos de América Central estuvieron los intereses encontrados de los criollos independentistas, y muy pronto los de los Estados (más soberanos aún) Unidos, del comodoro Cornelius Vanderbilt, de Teodoro Roosevelt, de la United Fruit Co. y quién sabe ahora de quienes más. Para imitar verdaderamente a Europa sólo nos faltan en Centroamerica las guerras religiosas, los odios raciales."
(En: MONTERROSO, Augusto. Letra E: fragmentos de un diario. México, D.F.: Era, 1987. p. 169-170).
Pessoa
Comienzo a leer el libro de los desasosiegos de Fernando Pessoa traducido por Ángel Crespo, y es una obra tan densa, tan cargada de todo lo que Pessoa, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro Campos -y ahora este Bernardo Soares a quien Pessoa atribuye su contenido- significan en el mundo de la literatura, la poesía y la tristeza, que con dificultad paso de las primeras páginas y se entabla con ella una batalla, casi un pugilato personal en el que rápidamente opto por la defensiva: imposible luchar con esa negatividad, con la fascinación que ésta ejerce sobre mi ánimo, que empieza a aboserberla y termina siendo absorbido por ella.
Pienso si negatividad es la palabra adecuada. Y lo dudo. Imagino que Pessoa la rechazaría. O no; y seguiría adelante sin importarle que yo llame de esa manera un tanto, bueno, sí, un tanto defensiva, a esa tristeza esencial que era el fundamento de su arte. Pero con toda deliberación me niego a usar la palabra melancolía, que queda muy bien en Inglaterra pero no en Lisboa, no sé por qué, quizá porque los países se han repartido ya las imágenes y la de Portugal es más bien la de la tristeza y la decadencia; y justo, en ese momento, abro el ibro y leo y subrayo: "Así, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en un suma de animales, me he quedado, como otros de la orilla de las gentes, en esa distancia de todo a que comúnmente se llama la Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiera pensar, se pararía." (En: MONTERROSO, Augusto. Letra E. fragmentos de un diario. México, D.F.: Era, 1987. p. 140-141).
La mosca portuguesa
A este cuarto de hotel l´Aiglon de París en el que en tiempos aún cercanos se alojaban por largas temporadas -me lo cuenta siempre Ambrosio, el ayudante de recepción, de origen portugués- Luis Buñuel y Alejo Carpentier (pido que me muestren los departamentos que ocupaban: sala de recibir, con televisión; pasillo, cocineta, dormitorio y baño, todo lo cual podría estar bien si al abrir la ventana la vista no diera la cementerio Montparnasse con su memento homo a todas horas), han entrado decididamente del bulevar dos moscas, en el instante en que el libro de Pessoa, con el que sigo luchando, encuentro esta otra, que se les une sin duda ansiosa de entrar en mi Antología:
"Cuando, puestas las manos en lo alto del pupitre, he lanzado sobre lo que allí veía la mirada que debía ser de cansancio lleno de mundos muertos, la primera cosa que he visto ha sido un moscardón (¡aquel vabo zumbido que no era de la oficina!) posado encima del tintero. Lo he contemplado desde el fondo del abismo, anónimo, despierto. Tenía tonos verdes de azul oscuro, y tenía un lustre repulsivo que no era feo. ¡Una vida! ¿Quién sabe para qué fuerzas superiores, dioses o demonios de la verdad a cuya sombra erramos, no seré sino la mosca lustrosa que se para un momento ante ellos? ¿Observación fácil? ¿Observación ya hecha? ¿Filosofía sin pensamiento? Tal vez, pero yo no pensé: sentí. Fue carnalmente, directamente, con un horror profundo como hice la comparación risible. Fui mosca cuando me comparé con la mosca. Me sentí mosca cuando supuse que me lo sentí. Y me sentí un alma a la mosca, me dormí mosca, me sentí rematadamente mosca. Y el horror mayor es que al mismo tiempo me sentí yo. Sin querer, alcé los ojos al techo, no fuese a caer sobre mi una regla superior, para aplastarme lo mismo que yo podría aplastar a aquella mosca. La oficina involuntaria se había quedado otra vez sin filosofía."
Y una oleada de afecto, de amistad, de compenetración me invade cuando mi lectura registra esas vacilaciones, ese temor del poeta a no ser digno del tema mosca que un día se posesionó de mí; su miedo a repetir una observación fácil, o ya hecha, o una filosofía pobre ante semejante tema. También un día a él, como aquel día a mí, lo atrapó una mosca y le exigió ocuparse de ella en su obra, a sabiendas de que cualquier idea sobre ella tuviera estaría siempre por debajo de su mínimo e insonbale misterio. (Cuaderno de Viaje).
(En: MONTERROSO, Augusto. Letra E. fragmentos de un diario. México, D.F.: Era, 1987. p. 152-153).